Álbum

Jens Lekman

Songs For Other People’s WeddingsSecretly Canadian-Popstock!, 2025

Si bien conocemos todos ese lema tan importante del pop electrónico y costumbrista de nuestro país, que marcó a generaciones, y más de un simultáneo sobre la barra, con “No os caséis” de “La boda” de Astrud, aquí la onda es totalmente otra. Volamos a Suecia, la ciudad de Jens Lekman. Veintiún años después de ofrecerse a cantar en bodas “si alguien lo necesitaba” en “If You Ever Need A Stranger (To Sing At Your Wedding)”, tema incluido en su debut, “When I Said I Wanted To Be Your Dog” (2004), Lekman ha acabado convirtiendo aquella broma en su nuevo disco. “Songs For Other People’s Weddings” es su ópera pop definitiva: un álbum de ochenta minutos que mezcla ternura, humor y ese exceso barroco que solo él puede sostener sin parecer cursi. El sueco se ríe de su propio personaje, ese crooner de barrio que convirtió el amor en oficio, y firma su regreso más inspirado en años.

El proyecto nació junto al escritor David Levithan, con quien levantó una historia sobre un cantante de bodas llamado J y su pareja V, condenados a una relación a distancia. En el repertorio nos topamos con una relectura musical de esa misma historia, pero contada desde el punto de vista del propio Jens, con toda su ironía y sentimentalismo a flor de piel. Al principio pensó en publicar simplemente las canciones, pero finalmente las reescribió, las hiló y las convirtió en una ópera pop. Desde la apertura con “The First Lovesong” hasta el cierre con “The Last Lovesong”, hay una elegancia melódica que recuerda a sus años dorados de Night Falls Over Kortedala” (2007), pero con un acabado más cinematográfico. Empieza con amor prestado y termina con amor perdido.

El disco avanza entre el soul orquestal de “Candy From A Stranger” que nos devuelve el corazón a su sitio –y lo coloca junto al resplandor de Burt Bacharach– y el chispeante twee pop de “A Tuxedo Sewn For Two”, donde el protagonista está exultante, con una delicadeza casi teatral. Comienza con el verso Waiting at the urinal for my turn behind two guys. Una línea que en otro contexto haría poner los ojos en blanco se vuelve aquí algo bello, gracias a su envoltura de pop de cámara elegante y melodioso. ¡Baila! Al fin y al cabo, las copas son gratis.

También está la preciosa epopeya de diez minutos “Wedding In Leipzig”, su relato de una boda alemana de principio a fin. Es una de las numerosas piezas donde su recurso de las observaciones durante un vuelo puede sonar algo trillado, pero se le perdona por la manera en que retrata a los invitados y sus destinos: Patty looks like she’s heard this story one too many times o Selma makes me company when I’m playing ‘Dancing Queen’. Hay que concederle su minuto de gloria a “With You I Can Hear My Own Voice”, una pieza perfectamente orquestada centrada en la gratitud y la aceptación genuinas, y a “Two Little Pigs” por su intimidad acogedora. Y los metales preciosos y teclados frenéticos de “Wedding In Brooklyn” te colocan en un subidón de euforia de barra libre, con ritmos contagiosos. Que nadie se sorprenda bailando con este tema como si estuviera en un vídeo de TikTok. Incluir en el álbum la preciosa voz de Matilda Sargren o la del artista Peter Oren podría resultar algo forzado, pero en “I Want To Want You Again” encajan como las de un showstopper de musical, impregnando el decorado con una balada soul escandinava. ¿Esto podría ser la antesala de un musical? ¿Dónde hay que firmar?

Este disco es Lekman en 4K. A nivel de producción, el salto es notable. Hay arreglos de cuerda que podrían firmar Rufus Wainwright, The Divine Comedy o The Magnetic Fields, y un cuidado orquestal que lo aleja del lo-fi de sus inicios sin perder su calidez doméstica. Quizá se le va un poco la mano con la duración, pero hay tanto detalle, tanta historia y tanta música en estas diecisiete canciones que uno acaba deseando quedarse al banquete o perderse entre artistas como Chris Cohen o Bart Davenport, empalagarse con algodón de azúcar y no salir de ahí nunca. “Songs For Other People’s Weddings” muestra cómo una canción de amor puede cambiar de significado a lo largo de ochenta minutos. Abracemos esa realidad. ∎

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