En el tercer disco de
Jimena Amarillo, esta abandona todo resquicio de cantautora para entregarse de lleno al pop electrónico.
“ANGÉLIKA” es una propuesta deliberadamente
queer (por primera vez en su discografía) que se articula desde el humor y la ironía, dejando de lado esas canciones algo más románticas que pudieron otorgarle un lugar privilegiado en el panorama, como “Cafeliko” o “Jugando a los Sims”. Jimena puede decir
“no puedo mirarte sin pensar en cómo acariciarte esa carita de ángel” (algunos versos del primer tema mencionado) u
“Otra mañana pensando en cuando la voy a ver (…) su flequillo milimétrico lo lleva perfecto”, como en
“Pikete repetido”, uno de los adelantos de su nuevo disco. Ambas oraciones significan lo mismo, pero con matices distintos: la valenciana abraza ahora su era más teatral, sin abandonar del todo la ternura que caracteriza su forma de mirar el deseo. La diferencia está en el enfoque: donde antes predominaba una melancolía dulce, ahora hay desparpajo, ritmo y una voluntad explícita de juego.
Angélika, el personaje central del álbum, es un alter ego performático que le permite explorar cuestiones de género, deseo e identidad desde una posición lúdica, pero también crítica. Amarillo la describe como su
“alter ego trans”, una especie de avatar con el que ensaya otras formas de comportamiento: más exageradas, menos constreñidas por la vergüenza o el pudor. Sin embargo, la elección de la parodia como nueva forma de hacer no implica superficialidad: Amarillo evita los discursos didácticos, pero no por eso renuncia a lo político. Angélika se inspira en una estética visible dentro del entorno lésbico-pop contemporáneo, particularmente el de las
raves y las escenas urbanas periféricas. Sin embargo, lejos de funcionar como caricatura ajena, surge de la participación de Amarillo dentro de estas.
“Feed entero de leopardo, es mi cosa, chuleando con acento de Granada”; el estereotipo acaba de perfilarse en temas como
“Flow deskiciada” y se repite a lo largo del trabajo:
“Leggins de leopardo caminando por Granada”, vuelve a cantar Amarillo en
“Cosas importantes”. Tiene claro lo que le gusta.
Desde el punto de vista sonoro, “ANGÉLIKA” se aleja del pop ñoño de sus inicios sin perder del todo la dimensión melódica. El disco apuesta por una producción más electrónica y fragmentada, donde las bases se construyen y desmontan con libertad, aunque el verdadero punto de partida es el
freestyle. La improvisación se vuelve aquí una herramienta expresiva central: la valenciana compone prácticamente de forma automática, sin ser una rapera, y es justamente esa espontaneidad que roza el absurdo lo que aporta frescura a su carrera. Producido por Marin Zannad en los Estudios Entreprise de París, el álbum coquetea con la estética bedroom (
“Me lo invento”), el synthpop (“Pikete repetido”), el dembow (
“Otra cara” con Ouineta), la música electrónica africana (
“Mi Onda”) y, por momentos, con el house-pop (“Flow deskiciada”). Esta variedad no responde a una voluntad de eclecticismo programático, sino a una lógica interna del propio personaje: Amarillo ha afirmado sentirse limitada por la imagen que proyectó con sus primeros temas, y “ANGÉLIKA” aparece como una forma de romper con esa inercia. Así, este disco es un ensayo de nuevas formas de representación, permitiéndose el exceso, la contradicción y la performance como parte constitutiva de su propuesta. Si sus dos primeros largos la posicionaron como una voz sensible dentro del indie pop estatal, “ANGÉLIKA” la confirma como una artista inquieta, comprometida con lo suyo, pero ante todo consigo misma. ∎