Extraordinaria ha sido la recepción en la prensa anglosajona del nuevo disco de la vigitana más internacional de los últimos años, y si bien a estas alturas la cantautora respira sensibilidades norteamericanas cual oxígeno, sería un error descartarla como mera aduladora de sonidos foráneos-añejos, ya que cuenta con un sello indudablemente idiosincrásico. De hecho, en este álbum, que según su propia admisión fue grabado en un momento de particular incomodidad y tumulto existencial (algo que se refleja en el apartado lírico, marcadamente agónico), parecería atenuar temporalmente su interés por el folk/americana: las dos pistas inaugurales, en concreto, con su gruesa producción radicada en los teclados, gestan ya desde el principio una oscura atmósfera synth ochentera; el canturreo agridulce que atormenta “Feathers” y el rotundo estribillo de “The Cord”, sin embargo, preservan el ojo de la artista por las melodías.
Quizá esos temas iniciales no destaquen por su brillantez compositiva ni innovación conceptual, pero sí impactan por su ambiente envolvente, logrado en parte gracias a la crucial resolución de utilizar el Moog para articular los graves a lo largo del álbum. Esto aporta un sonido en ocasiones severo, en otras gomoso, como en “Freewheel”, donde la presencia de una pandereta y unos paseos de mellotrón/Juno generan un tono más luminoso a pesar de la insistencia en letras enervantes. La canción, que trata sobre ir a la deriva, es decididamente popera en el sentido jangle/onírico de los Cranberries, y contiene un memorable puente donde yace sepultado un triunfal solo de guitarra eléctrica. Y hablando de pop: las notas pulsantes y ruidos oxidados que arrancan “Sufferer”, trazando cierto sentimiento de tensión, dan lugar, sorprendentemente, a un cálido y pegadizo estribillo que transforma la composición en una pequeña genialidad que no desentonaría para nada en el “Tusk” (1979) de Fleetwood Mac (especialmente considerando su morfología desvencijada y contundente batería).
La contraposición entre lo sombrío y lo acogedor también reluce en “Tight To You”, un brillante ejercicio en arreglos y armonía. El grupo de Joana Serrat confecciona un intrincado tejido de guitarras acústicas, una de muchas microdecisiones a nivel de instrumentación y mezcla que elevan el disco. En la segunda mitad de este tema, por ejemplo, un simple y ebrio punteo guitarrero que emerge de forma casi imperceptible aporta gran personalidad al conjunto, y trae a la mente pasajes de indie noventero (neo)psicodélico. La influencia de esa tradición estadounidense es indiscutible también en la pieza final, “The Ocean”, cuyo apoteósico final de guitarras crujientes y notas en bucle va desacelerando su ritmo hasta desintegrarse, consiguiendo un efecto sensorial concreto que no chirriaría en algún álbum de Mercury Rev; el exuberante vals lento de orquestación sintética “Big Lagoons”, por su parte, recuerda a la época finisecular de The Flaming Lips.
En algunos temas retumban más fuertemente ecos de los terrenos americana antes recorridos por la artista: en “Are You Still Here?” (que suena más esperanzadora que el resto, en parte debido a la ausencia del Moog) se emula el sonido de una slide guitar; y bastante country resulta la sentida interpretación vocal (y ululaciones) de Serrat en “Broken Hearted”, de clima crepuscular. En otras partes del disco, la ausencia puntual de sección rítmica ameniza el viaje y genera instantes más flotantes, como en “A Dream Can Last” o en la más tétrica “This House”; en ambas piezas se filtran los únicos instrumentos (guitarra acústica y piano, respectivamente) a través de un pedal armonizador para así crear sonoridades más vastas y elásticas.
Aunque puedan lanzársele peros al disco, especialmente en lo referente a las letras (viscerales, si bien un poco reiterativas), Serrat y sus colaboradores logran una experiencia absorbente, personal y relativamente variada donde la creatividad musical (tanto en el apartado puramente compositivo como en las decisiones de producción) brilla en más de una cima. Una vez superada esta época de vorágine vital, nos quedamos con la pregunta: ¿hacia qué derroteros sónicos se encaminará a continuación la catalana? ∎