Supongo que habrá consenso en que “Catalpa” (autoeditado en 2002 y recuperado un año después por Anti) y “Escondida” (2004) se encuentran entre los mejores álbumes de folk (y aquí pueden añadir el prefijo que prefieran: post, neo, avant…) de principios del milenio.
La cantautora de Houston tiene en su voz –cálida, frágil y tan natural como un torrente incontaminado fluyendo por un bosque virgen– una de sus mayores bazas, unas cuerdas vocales que parecen ancladas en un pasado remoto y con las que conjuga su particular tapiz de folk, blues, jazz y country, siempre teñido por una atemporalidad que nos puede transportar sin esfuerzo a cualquier disco perdido de las primeras décadas del siglo XX.
Pero Holland no se conforma con calcar o reproducir con mimo ecos añejos: sus composiciones siempre se ven atravesadas por pequeños detalles que las fijan en el presente y que ayudan a dotar a sus canciones de un extraño embrujo que las sitúan en un marco indefinible entre la pureza roots y la experimentación contenida.
El también magnífico “Wine Dark Sea” (2014) puso fin a su relación con Anti después de seis álbumes y este “Haunted Mountain” es su primer trabajo desde entonces, si exceptuamos “Wildflower Blues” (2017), largo a medias con Samantha Parton, su cómplice en The Be Good Tanyas.
Y la espera, claro, ha valido la pena: “Haunted Mountain” –que comparte título con el reciente trabajo de Buck Meek, como ya se explicó en esta entrevista; el tema titular aparece, en versiones distintas, en los discos de ambos y el guitarrista de Big Thief es aquí un importante cómplice de Holland junto a Adam Brisbin (guitarra) y Justin Veloso (batería): gran dueto, entre cenefas de violín, en “Highway 72”– reafirma a la firmante de “Springtime Can Kill You” (2006) como una rara avis entre las cantautoras de las últimas décadas, capaz de invocar con voz propia lo mejor de Lucinda Williams, Norah Jones, Rickie Lee Jones o el Tom Waits cubista (deténganse en “Feet On The Ground” y asientan mientras la acompañan en el silbido y se zambullen en sus fantasmagóricas percusiones).
Entre reflexiones intimistas y personales, el disco no pierde de vista cuestiones que desbordan los límites del dormitorio como el ecologismo, el patriarcado y la ascensión de los nuevos fascismos que brotan como setas venenosas en distintos puntos del planeta, y lo hace a través de canciones que jamás levantan la voz para clavar sus tentáculos en el justo centro de las emociones como “Orange Blossoms”, “What It’s Worth”, “Me And My Dream” o “Won’t Find Me”, brebajes donde la esencia folk hierve a fuego lento hasta destilar nuevos sabores para ahuyentar el regusto del revival.
Jolie Holland, lenta y segura, es una de las grandes, aunque su target público esté muy por debajo de lo que su talento merece: suban a la cumbre de esta Montaña Embrujada y verán recompensado el esfuerzo con creces. ∎