Después de muchas fintas y un rollout quizá demasiado largo, el esperado primer disco de Judeline (que llevaba tiempo consolidado como el debut nacional más esperado) llega por fin en un momento un poco extraño, sin conseguir alinearse con ese hype que parecía precederlo. Veremos si es algo que le sienta bien, por qué no, o si se traduce también en la venta de las fechas con las que lo presentará durante el primer trimestre de 2025, pero lo que está claro es que el beneplácito de la industria Lara Fernández ya lo tiene, y así lo confirman su consolidación como “nueva” gran apuesta de Interscope en España, que J Balvin se la lleve de gira por toda Europa o que aparezca en los carteles del Pitchfork Festival en París o del Primavera Sound 2025.
Pero ajeno, en fin, al ruido en su semana de lanzamiento, le sientan bien el reposo y la tranquilidad a “Bodhiria”, que al final es un trabajo más cohesionado de lo que podían hacer pensar los singles hechos por alguien que no deja demasiado claro si quiere convertirse o no en superestrella, y que al menos de momento se maneja muy bien en esa ambigüedad. Desde su no-lugar, una especie de limbo antigravitacional, “bodhiria”, la gaditana consigue conjurar los mantras y hechizos que ella quiere, y mantenerse en esa ingravidez gracias a los distintos productores con los que se ha aliado: los maneja, los domina, pero al mismo tiempo consigue servirse genuinamente de sus poderes para mantenerse en su posición nuclear. Elevada y mundana a la vez. Ascendida y sanada, pero también dolida. Renacida en cada canción, de la muerte de cada relación.
Lo mejor de “Bodhiria” es precisamente cómo en él Judeline saca el brillo a sus distintos productores, cómo logra que destaquen sus mejores virtudes, sin perder la sensación de pleno control que ella ejerce sobre el disco y sin caer en el refrito de estilos. Hay diferencias entre todos ellos, y la sonoridad del disco es basculante y en general ecléctica, pero el hecho de que todos pertenezcan a la misma esfera o compartan inquietudes dentro del espectro musical termina siendo una grandísima idea: sin sacarlos de sus zonas de confort, dejándolos que hagan lo que saben hacer, consiguen contribuir entre todos a un conjunto final homogéneo y organizado que se ha encargado de revisar Rob Biesel, uno de los principales responsables del “SOS” (2022) de SZA, y que casualmente (o no, que el nivel que hay por aquí ya no debería discutirlo ni ponerlo en duda nadie) es el que menos brilla cuando se pone a los mandos de “INRI”.
El orden también es clave: hay un tramo producido por Saint Lowe y Louis Amoeba, y otro por DRUMMIE y Ralphie Choo, que se completan con una balada pop minimalista con ecos de Rosalía diseñada por mentes internacionales (y muy bonita, por cierto: “zarcillos de plata”) y un regalo final en forma de lamento electrónico hecho solo con Tuiste y Mayo, a la postre los ideólogos y artesanos de este “Bodhiria” junto a la propia Judeline. Industria y visión personal también son dos fuerzas que Judeline tiene que manejar en su debut, y de nuevo consigue que parezcan la misma cosa, sin que nada, ni la mayor sorpresa, pueda leerse como una salida de guion, como una disonancia narrativa en esta especie de nebulosa oscura de sintetizadores de ultratumba, voces procesadas y ritmos electrónicos.
En el primero, Louis Amoeba aporta la sección más alienígena y oscura, y de su mano salen las dos mejores canciones de “Bodhiria”: “mangata”, con ese pulso electrónico subacuático y progresivo en el que también se nota el enfoque profundo e implosivo de DRUMMIE, y “luna roja”, un crescendo de delicioso R&B y sintetizadores que podría ser perfectamente una canción de SZA. Saint Lowe, por su parte, entrega las diluciones más afro, los ritmos más volátiles y bailables, como sucede en “BRUJERIA!”, pero también se atreve con un joropo venezolano en “JOROPO”, donde Lara, además, sorprende dejando escuchar su voz más a pelo, sin los efectos habituales. Entre los dos confeccionan el drill de aires R&B de “angelA”.
Y mientras, Judeline ofrece un buen ejemplo de su diccionario global de términos y referencias, todo un mapa multicultural: el concepto y el nombre del disco vienen del término hindi “bodhi” (una especie de estado de iluminación), pero la idea de esta Angela ficticia (que aparece directamente como featuring en la apertura del disco, “bodhitale”) se relaciona también con Erela, un nombre hebreo femenino que significa “ángel” o “mensajera”. El joropo, ya se ha dicho, es un baile tradicional venezolano, y de Venezuela importa también Judeline términos como “bululú”. “Mangata” es una palabra sueca que hace referencia al reflejo de la luna en el agua. Del árabe se trae “mashallah” o “habibi”; del caló, “lache” o “undebel”. Y todo parecen “zarcillos de plata”, recuerdos de relaciones pasadas que han marcado a la Lara de hoy, y de cuyos demonios se exoriciza en “Bodhiria”.
El segundo tramo del álbum es más teatral y juguetón, y se nota, claro, la mano arlequinada de Ralphie Choo. No solo en cosas concretas como el tratamiento collagístico de la voz o esos trucos melódicos que habitan toda “Heavenly”, con rusowsky como único featuring del disco. Sobre todo a nivel estructural y conceptual, con esas baladas a piano que se retuercen y se transforman y esos ritmos como acompasaos: la inicial “bodhitale” transita de lo pastoral a lo épico a base de subgraves diluidos y sintes de neón, y la dupla que forman “4esquinitas” y “4angelitos” pasa por todos los estados de la reinvención folclórica marca rusia-idk (copla, palmas, flautas traveseras). Uno de los grandes talentos de Lara en “Bodhiria” ha sido, como lo fue en su momento de C. Tangana al enfrentar “El Madrileño” (2021), entender muy bien de quién tenía que rodearse. Y darle a cada uno su lugar en un imaginario propio. Y el resultado es un gran disco, mucho más chiquitito que ese monstruo de la industria al que quieren que se parezca. De esos que aspira sobre todo a crecer(te) por dentro. ∎