Siempre he tenido la sensación de que el verdadero Balearic Sound no es exactamente aquel que se popularizó relacionándolo con el house ibicenco a finales de los años ochenta. Pienso en otro sonido más orgánico, enraizado en la tierra y en el Mediterráneo, pero con cierto aroma de melancolía cósmica, filtrado por la luz y los colores de las islas. Maria del Mar Bonet sería, claro, uno de esos referentes, y a ella invoca muy sutilmente Júlia Colom en “Sa teva barca”, el tema con el que nos introduce en su segundo álbum. También ha hablado de las guitarras de Joan Bibiloni como inspiración, y de la tonada tradicional y el folclore balear como elementos troncales en su música. Pero “Paradís” no se agota ahí: Caroline Polachek, Enya, Kate Bush, Yaeji o las israelíes A-WA (tres hermanas que, curiosamente, se apellidan Haim) han sido citadas asimismo como influencias por la cantautora, así como obras pictóricas como el cuadro “El baño de las ninfas”, de Antonio Muñoz Degrain (1915), cuyo arte se consideraba como arrebatado y excéntrico y que es inspiración confesa de la canción “Juntes dins s’aigua”. Esa cualidad sinestésica es fundamental en la música de Júlia Colom, que evoca elementos de la naturaleza desde la realidad y la ensoñación, colores, formas y aromas en un plano calmadamente sensual.
Su paraíso, como concepto, no tiene, sin embargo, mucho que ver con la nostalgia folclorista o con una imagen de postal. Aunque pueda subyacer en “Paradís” cierta idea de Edén perdido, malogrado por la turistificación y la idea de sentirte extraño en tu propia tierra, pobre y ninguneado en un territorio que el poder ha expropiado para su beneficio económico, el disco recrea más bien un estado existencial relacionado con la búsqueda, la incertidumbre y el propio cuestionamiento de la idea de paraíso: ¿hay una Ítaca al final de la odisea? Y, si existe, ¿cómo será en realidad?
Conviene no dejarse llevar demasiado por el name dropping de referencias, en el que también hay que incluir las colaboraciones de Tarta Relena en “Sa Madona” –el único tema tradicional que rescata Colom en este segundo álbum– y la más insospechada de Ouineta, cuyo recitado en “Transformacións” lleva a la canción hacia una dimensión muy diferente. La artista de Valldemossa, que, recordemos, se formó en el Taller de Músics de Barcelona, opera también en un equilibrio inestable entre el estudio y la intuición, entre la herencia del pasado y la adscripción a un presente del que es imposible huir, entre la quietud contemplativa y una suave pulsión bailable, entre el misticismo y el flirteo carnal. Su voz se acuna entre laúdes y guitarras, pero también entre programaciones sugerentes que podrían hacer válida la etiqueta de folktrónica. Martín Leiton y Óscar Garrobé son sus aliados, tanto en instrumentación como en composición y producción, aventureras e imaginativas a la hora de reconfigurar la identidad que Júlia Colom se había comenzado a labrar en su debut, “Miramar” (2023). Ahora vuela, más libre, hacia ese abrazo de la incertidumbre futura. ∎