El lienzo de Julia Shammas Holter ha ido ganando claridad sin prisas (pero sin pausas): basta con volver a escuchar “Tragedy” (2011), su primer álbum oficial, para observar cómo, sin aparente esfuerzo, el caldo sonoro de la californiana ha ido descartando los parámetros más abstractos para ir abrazando los moldes de eso que podríamos llamar canción pop. En “Ekstasis” (2012) ya había piezas –“In The Same Room”, “Moni mon amie”– que sacaban la cabeza del laboratorio experimental para plantarse en las semillas de la canción más o menos “conservadora”. El proceso llegó a su cumbre en el extraordinario “Loud City Song”, uno de los álbumes a recordar de 2013, un ciclo de canciones que tenían como excusa “Gigi”, tanto la novela original de Colette (publicada en 1944) como la suntuosa adaptación cinematográfica que Vincente Minnelli hizo en 1958. En “Loud City Song” había piezas tan turbadoras como “Maxim’s I”, “Hello Stranger” y “This Is A True Heart”, canciones pop embrujadas y embrujadoras que parecían habitar en algún lugar intermedio entre Kate Bush y Laurie Anderson.
Dos años después y prácticamente con el mismo equipo de músicos y productor (Cole Marsden Greif-Neill), Holter regresa, en este caso sin coartada conceptual, con una decena de temas que abrazan sin complejos los arquetipos de la artesanía de la canción, olvidando aparentemente derivas de territorios más arriesgados. Ojo: aparentemente. Porque las piezas de esta exestudiante del California Institute Of The Arts de Los Ángeles –de cuyo caldo de cultivo han salido en los últimos años nombres como Ariel Pink, John Maus y Nite Jewel– nunca se encarnan en lo que conocemos como pop de una manera directa, sino dando una serie de rodeos –melódicos, vocales, instrumentales– que hacen que el resultado parezca a la vez familiar y extraño, cercano y escurridizo.