Álbum

Kae Tempest

Self TitledIsland-Universal, 2025

En los primeros compases de “Self Titled”, Kae Tempest no entra en la habitación: irrumpe. Lo hace sin el mínimo interés en complacer, sin el instinto reflejo del artificio. Dice: “How many strangers will I upset with my existence today?”, y así, en una sola línea, se establece la geografía del álbum: territorio en disputa, pero no con el mundo exterior. Es una topografía íntima donde el yo ha sido escindido y reconstruido, donde la identidad no es un lugar seguro sino una zona sísmica.

Tempest siempre ha sido un cronista lúcido del desencanto británico, las calles que no conducen a nada, los bares con luces parpadeantes, el sudor bajo los techos de council houses y la poesía que aún sobrevive en ese aire saturado de monóxido. Pero aquí hay otra cosa. “Self Titled” es, paradójicamente, su obra menos teatral y, a la vez, más profundamente dramática. No porque haya giros de trama, sino porque hay verdad. La verdad como acción, como presencia, como una urgencia que vibra bajo cada palabra.

Neil Tennant, Young Fathers, Tawiah, Connie Constance... sí, claro, están ahí. Pero sospechamos que no es su brillo lo que ilumina el álbum, sino su voluntad de hacerse sombra, de enmarcar al verdadero protagonista: un hombre que, habiendo buscado durante toda su obra, al fin se encuentra. No con júbilo. Con reconocimiento. Con ternura, incluso. Y con miedo.

“Statue In The Square” parece tener eco en las palabras de Joan Didion cuando escribió: “We tell ourselves stories in order to live”. Tempest ya no se cuenta una historia para sobrevivir. Se cuenta la verdad, para poder vivir.

La producción de Fraser T Smith, pianos sumergidos, sirenas, sintetizadores que estallan como memorias reprimidas, no construye un paisaje: lo desmantela. Todo lo que no es esencial es desmontado. Cada arreglo parece haber pasado por un proceso de depuración, como el cuerpo del artista, como su discurso.

“Diagnoses” no es una canción, sino un expediente clínico levemente censurado por la poesía. En ella, Tempest habla con una voz que ya no es prestada, ni modulada para agradar. Es grave, áspera, sin filtros: la voz de alguien que ha estado al borde y ha regresado para contar lo que allí encontró. No epifanías, sino restos.

En Breathe”, acompañado por Young Fathers, Tempest no rapea: respira. No predica: confiesa. No declara: pregunta. Y es en ese cambio de modo donde el álbum revela su centro moral. Este no es un disco sobre el tránsito, es un disco sobre lo que queda después del tránsito. Lo que se pierde, lo que se gana, lo que uno elige conservar.

Hay algo inevitablemente corporal en cada track: las letras, sí, pero también el peso de la voz, los silencios entre líneas, la manera en que las sílabas se asientan en el pecho del oyente como si estuvieran reclamando espacio.

Uno no reseña un álbum como este, en realidad. Uno lo encuentra, como quien encuentra una carta enterrada en una casa abandonada. Uno lo escucha con la sensación incómoda, y profundamente humana, de estar invadiendo algo privado. Pero Tempest no huye de eso. Al contrario: lo comparte, lo exhibe, lo ofrece.

En tiempos donde la identidad es a menudo un eslogan, “Self Titled” es lo que ocurre cuando alguien se atreve a vivirla como una plegaria. Didion dijo una vez que “el estilo es carácter”. Kae Tempest, en su álbum más íntimo y devastador, nos recuerda que también lo es la voz. Y esta voz ha encontrado, finalmente, el cuerpo que merece. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados