De actriz de trayectoria contrastada y popularidad apreciable (al menos en el Reino Unido) a cantautora del abismo. El tránsito no es muy común, y por eso mismo la carrera musical de quien fuera integrante del reparto de series como “Happy Valley” o “Coronation Street” se antoja tan singular. Aquí el paisaje es aún más gélido que en su impactante debut, “Debris” (2020). Una parca instrumentación surtida por el pianista Matthew Bourne y el recién incorporado Ross Downes, apenas unas glaciales y abruptas líneas de sintetizador que recuerdan mucho al trabajo de Warren Ellis en los últimos discos de Nick Cave, y puntuales brotes de ritmo tectónico, casi marcial. Y por encima de todo, su imperial voz. Grave, solemne, intimidante, de una belleza herida. Esa que le ha valido a Keeley Forsyth comparaciones con ANHONI o con el averno de Scott Walker. Una hondura que brota de otra dimensión.
El universo creativo de la mancuniana sigue siendo de otro mundo. Nada que ver con lo que alguien podría esperar de una profesional más que asentada en el mundo de la interpretación, con películas de la Marvel y series infantiles en el currículo, madre de dos hijos, más de cuarenta años y la vida relativamente resuelta. Es música que habita en su propia burbuja. Esa que brota de la autoindagación, de la quietud y el autoconocimiento que solo puede obtenerse cuando alguien se aleja por completo del mundo y su insidioso ruido de fondo. Cuando el silencio corta como el filo de una navaja y hasta el bombeo de nuestro propio corazón es audible. No es casualidad que “Silence” sea el título de su composición más austera.
Es un discurso inquietante y espiritual a la vez, como cuando en “Fires”, tema de apertura, dice eso de “go into the chair, where the sadness lies”, y nos suena más a “going to the church, where the sadness lies”. “Limbs” habla de extremidades que se desperezan, que se sensibilizan tras un tiempo entumecidas (quizá tenga que ver con la parálisis temporal de la lengua que sufrió antes de su álbum de debut, tras superar una rara enfermedad), y cuando dice lo de “the frost catches and I am adrift” es inevitable acordarse de aquella otra obra maestra en torno a la idea de la deriva que fue “The Drift” (2006), de Scott Walker. La inquietante vulnerabilidad que transmite es también física: por algo es bailarina además de actriz y compositora, muy influida por Pina Bausch, y algo de ese lacerante dinamismo permea también en cortes como “Wash”, en el que un ritmo industrial se cita con un órgano de tono eclesiástico, refrendando el juego de sobrios contrastes de una propuesta tensa y atípica que es, recurriendo al lugar común, como un volcán nevado, siempre al borde de la intempestiva erupción. ∎