Álbum

King Gizzard And The Lizard Wizard

Phantom Islandp(doom), 2025

A estas alturas, cualquier intento de seguirles el ritmo a los australianos King Gizzard And The Lizard Wizard puede parecer tan inútil como tratar de armar un puzle sin saber si todas las piezas pertenecen al mismo juego. Veintisiete discos en aproximadamente quince años. Cambios de piel constantes. Psicodelia, metal, jazz, garage, folk, kraut, microtonos y, ahora, sinfónica. Un carrera cambiante, prolífica y experimental. Pero “Phantom Island”, su nueva entrega, no es solo el siguiente disfraz en el baúl. Es un gesto extraño dentro de su carrera: uno más vulnerable, más contenido y casi íntimo. Y sí, a ratos, también más frustrante por difuminarse o desenfocarse. No siempre alcanza esa magia de otros discos más directos o extremos de la banda.

El álbum nace como reflejo melancólico de Flight b741” (2024), esa fanfarria boogie-rockera que celebraba la épica del directo. Mientras aquel se presentaba más hedonista y energético, “Phantom Island” es más vulnerable, nostálgico e introspectivo. Sí, ambos nacieron de las mismas sesiones creativas. Pero ahora, más que celebración, nos encontramos con lo que viene después del ruido: el silencio, la duda, la nostalgia de lo que se queda fuera cuando el motor no se detiene nunca. Con letras sobre el cansancio, la familia y el deseo de parar. Lo curioso es que, para mirar hacia dentro, deciden sumar una orquesta entera. Cuerdas, flautas, metales. Todo doblado sobre las grabaciones originales con arreglos del británico Chad Kelly, como si el grupo necesitara ponerle gravedad a lo que antes era solo vértigo.

El resultado es desigual, pero hay también momentos fascinantes como el de la pista inicial homónima “Phantom Island”. Esta canción marca el tono onírico, existencial y expansivo del álbum: piano, vientos soul y un despegue progresivo que suena tanto a utopía cartográfica como a banda sonora de serie B. La isla es una metáfora de ese espacio interior donde la identidad se diluye, donde uno se cuestiona la realidad y decide, o se ve forzado, a soltar el control.

Le sigue “Deadstick”, puro músculo setentero entre Chicago y Isaac Hayes, con Ambrose Kenny-Smith al borde del desquicie vocal y una sección de metales que ruge a gusto entre el resto. El tema fue el segundo adelanto del disco, del que ya os hablamos aquí, y una pista de lo que pueden hacer en directo con semejante despliegue sonoro. Pero si algo define este álbum es su voluntad de contención en su intención de ser especialmente sugerente. De pasar de la hipertrofia a la emoción. A veces funciona, como en “Aerodynamic”, con esas cuerdas serpenteantes, como si llevaran siglos ahí. A veces no. “Lonely Cosmos”, una balada espacial existencial, empieza como una maravilla de folk cósmico con voz, acústica y vacío, pero a medida que avanza, va incorporando elementos que la desvían hacia un híbrido de jazz-funk y psicodelia sesentera que le resta fuerza. Aun así, queda el poso: “I’m sitting on Saturn’s rings / Don’t leave me yet; this isn’t how I would want to die”, canta Cook Craig, flotando en la nada.

El verdadero eje del disco está en las letras, donde por fin los Gizzard sueltan la espada láser y hablan de lo que duele. “Spacesick” condensa el mareo del camino, la necesidad de parar, el amor en la distancia. “To sit on chairs that touch the floor / For that, I’d give it all”, canta Stu Mackenzie con una melancolía que le queda bien. En “Silent Spirit”, directamente sueltan el lastre generacional. “Don’t be a musician, my son / Be a doctor, lawyer, or a stand-up citizen”, en voz de Ambrose Kenny-Smith. Es mortífero cuando viene de quien lleva media vida haciendo exactamente lo contrario. Momentos así, libres de artificio y cargados de aire, son los que hacen que “Phantom Island” respire de verdad. Por eso no sorprende que el disco cierre con Grow Wings And Fly”, un tema nacido de un jam en directo que acabó volando por su cuenta.

En general, siempre hay algo que se agradece: el riesgo, la intención de no repetirse, la honestidad brutal de una banda que, por una vez, no está intentando volarte la cabeza, sino decirte que la suya también da vueltas. “Phantom Island” no es el disco más potente de King Gizzard And The Lizard Wizard. Ni el más raro. Ni el más divertido. Pero abrazamos lo efímero de esos lugares imaginarios que nos proponen. Como esas islas que aparecen en los mapas antiguos y que luego resulta que no existen. Como la música en directo. Como capturar la esencia de algo solo para verlo disolverse de inmediato. ∎

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