Hay una intención, y lo ha comentado la propia Ana Fernández-Villaverde, de “crearte una burbuja con tu gente y pasar de todo” en el octavo álbum de La Bien Querida. También de abandonar los grandes conceptos que suelen sostener sus discos y ciertas vías estilísticas que solían marcar el camino, regresando a la sencillez. Así, “LBQ” es, podría decirse, más una mixtape, un álbum de canciones sin mucho que ver entre sí que hablan, en general, del momento vital de Ana, ya pletórica en su madurez, consciente de que su familia y sus amigas son lo verdaderamente importante. Es madre de una niña de 12 años, Estrella, que irrumpe como temática en su lírica en este nuevo trabajo.
Su hija es, de hecho, el motor de las mejores letras de “LBQ”: “Un milagro”, que retoma las líneas más desnudas de la primera Bienque con una nueva declaración de amor entre la tristura y lo naíf, parece estar escrita antes de su nacimiento – “Aún no te conozco y ya te quiero [...] La vida me ha preparado la gran misión de tenerte aquí y de enseñarte a vivir sin mí”–, y “Una estrella”, incursión sutil en el rock fronterizo, está recorrida también por ese habitual regusto agridulce al hablar de ese momento en el que los niños empiezan a hacerse mayores. Porque por lo demás este es un disco algo vago, que recae demasiado en zonas de confort y que recurre en muchos momentos a transiciones, mezclas y detalles en la producción –a cargo, como siempre, de David Rodríguez– sorprendentemente poco inspirados.
Ese es el principal problema de “LBQ”, no un problema de foco: después de más de quince años de trayectoria, nos hemos acostumbrado ya a que el sonido de La Bienque oscile entre el synthpop, la canción ligera, ritmos latinos, referencias folclóricas y algo más de dramatismo y cuerdas. A lo que no estábamos acostumbrados es a que sus canciones de amor y desamor, entre la languidez y una brillante esperanza, terminen desembocando en una repetitiva autoficción, no dejen apenas un momento memorable y se acomoden en una épica un tanto mal entendida que abusa de las baterías en procesión de marcha y de los arreglos sinfónicos. Sucede especialmente en los momentos más oscuros: en “S.O.S”, por ejemplo, o cuando emborronan de más el final de “Naufragio” intentando convocar en la mezcla una iracunda tormenta marina, buscando conectar con el embrujo de discos pretéritos.
En general, en cualquier caso, es la tibieza lo que define “LBQ”, más que esa sencillez de la que habla Ana. Y lo asume desde los primeros compases “Ni bien ni mal”, un synthpop sobre el valor de lo cotidiano que probablemente no hubiera destacado ni en “Ceremonia” (2012) ni en “Fuego” (2017), dos discos en los que La Bien Querida masterizó el estilo desde distintos puntos de vista. “Como te amo yo” es una de esas baladas grandes tan suyas, de las que suelen explotar, pero construida con un pequeño ambient sobre un arreglo sinfónico, y pese a parafrasear el “Como yo te amo” de Raphael, por lo que sea, no termina de culminar nunca. Sí encuentra liberación “Mundaka” siguiendo una estructura semejante, pero no emociona. Y algo parecido pasa con “Podría haber sido”, que interesa con sus sintes tranceros y su poquito de Auto-Tune pero se pierde en una repetición retórica sin garra ni maldad: de todas las cosas que “podría haber sido” –y que no es–, ninguna parece lo suficientemente sugerente.
Estos pequeños pasos hacia delante, que acercan a La Bien Querida al club y a un sonido electrónico más contemporáneo, cobran protagonismo en “Noche de bodas”, al mismo tiempo la canción más continuista con “Paprika” (2022) y la mejor de este, pero por desgracia no son la norma y no bastan para sostener al conjunto. Dice Ana Fernández-Villaverde que este disco es homónimo porque contiene algo de cada uno de los discos de La Bien Querida, pero la verdad es que aquí falta fuego, brujería, premeditación, nocturnidad, alevosía, ceremonia, paprika, romancero… y fiesta. “LBQ” es sorprendentemente olvidable y marca el primer borrón claro en una carrera hasta ahora intachable. ∎