¿Cuándo pasa un estilo de ser una plataforma de despegue a convertirse en una camisa de fuerza? La pregunta está empezando a ser pertinente en Valencia, porque la multiplicación de proyectos que se alinean con un sonido y una estética de post-punk oscuro, melancólico y fibroso, sustentado fundamentalmente en el trabajo de unas guitarras eléctricas que transitan a velocidad de crucero, es más que evidente. No de ahora: de hace más de un lustro. Por lo menos. Y ya sabemos cómo arraigan por aquí ciertos estereotipos, igual da que hablemos del tecno-pop de los años ochenta que de la electrónica del llamado Sonido Valencia de hace algo más de tres décadas, por solo mentar un par de ejemplos: la parte por el todo, ya sabéis. Creo que al final la clave está en la evolución. Como en todo. O en casi todo. Y en la personalidad a la hora de asumir referentes y proyectarlos en el tiempo a lo largo de una trayectoria sostenida. ¿Es fácil? No. Pero eso ya lo sabemos.
La Culpa están ahora más cerca de Mausoleo que de las últimas entregas de La Plata o Margarita Quebrada, pero quizá sea solo una cuestión de tiempo que la diversidad de matices y registros acabe imperando en un discurso que no va a vivir para siempre de la (indiscutible) pegada instantánea que dejaron las canciones de sus dos anteriores álbumes. Este es ya el tercero –van a disco por año– y el primero con la formación reducida de cuarteto a trío: ahora son solo Toni Xerea a la batería, Néstor Sevillano al bajo y voz (antes estuvieron Cohete Fernández y Tania) y Miki Scarabaggio a las guitarras. Y es también el más maduro hasta la fecha.
Grabado y mezclado por Álex Román en su estudio de Elche y masterizado por Will Killingsworth desde Massachusetts, “Clavos en el tiempo” incide en esa dinámica común de cortes fulgurantes que apenan necesitan más de dos minutos para plasmar toda su desazón vital (solo tres de estos doce los superan), pero deja por el camino brotes de clarividencia pop que remiten a la escuela indie británica de los ochenta, como “Y ya no estás” –muy beneficiada además por una voz femenina a los coros– o “Última parada”, soluciones instrumentales imaginativas como los cambios de ritmo y el trenzado de guitarras de “Sigo sin saber” y alguna hiperventilación post-hardcore como “No viene mal recordarlo”, que los aleja del monocultivo y delata su pasión por bandas como Cursive o Crack Cloud. Creo que en el equilibrio a la hora de destilar esos influjos podría cifrarse su viabilidad e incluso, por qué no, su prosperidad. Que de eso también se trata. ∎