Álbum

Los Thuthanaka

Los ThuthanakaAutoeditado, 2025

La llegada al gobierno estadounidense de Donald Trump en 2017 y sus consecuencias en lo que a derechos civiles se refiere tanto para las comunidades –y la herencia– indígenas como para las comunidades LGTBIQA+, especialmente la trans, tuvo un efecto transformador en la productora californiana de ascendencia boliviana Elysia Crampton: entre 2018 y 2019 entregó su último trabajo, homónimo, bajo ese nombre, y el primero como Chuquimamani-Condori, abrazando su nombre aymara, como una forma de repensar sus orígenes y su identidad desde la raíz. Desde entonces su trayectoria ha estado vinculada realmente más a la museística y a la antropología que a los circuitos al uso de la música comercial –incluida en todas sus formas, más allá de consideraciones sobre vanguardia o no–, vinculándose más al trabajo de performers sonoros como Tarek Atoui y desvinculándose de cualquier fórmula de mercado: discos al uso, plataformas de streaming, incluso giras como habitualmente las entendemos.

“DJ E”, lanzado desde la independencia en Bandcamp a finales de 2023 –y convertido ya hoy en un trabajo de culto–, asentaba estos procesos y al mismo tiempo servía para condensar, musicalmente si se quiere, las inquietudes creativas, artísticas, personales y vitales de Chuquimamani-Condori: el sonido, en fin, es un vehículo, y al mismo tiempo un receptáculo, para destruir normas y para transformar preceptos y convenciones sociales e históricas; es un ágora en torno al que pueden discutir –y discutirse– presente, pasado y futuro, folclore y vanguardia, artesanía y tecnología, lo mundano y lo divino, lo sagrado y lo profano. Y por lo tanto no puede ser un elemento opresor. “La música es un lenguaje muy asequible”, declaraba Elysia a ‘The Guardian’ ya en 2018. Resumiendo el alcance de su visión, podría decirse destructivista, ruidosa y distorsionada. Y mantenerla pura, en su versión más aparentemente inacabada y feísta, orgullosamente sin masterizar, es un acto político en sí mismo que se alza contra la limpieza del sonido como signo de la dominación colonial.

Al adherirse a la música tradicionalmente asociada con el “futuro” sin ese sesgo colonialista que habitualmente se entiende en la oposición alta/baja cultura –como si esto fuera esencialmente un asunto de clases–, Chuquimamani-Condori reinterpreta el pasado ayllu de un modo liberador, adueñándose del discurso y reescribiéndolo a su antojo, y apelando a la reciprocidad y vínculos intercomunitarios de las sociedades preincaicas de la región andina: los folclores boliviano y peruano, enfrentados en muchos aspectos tras la herencia del virreinato, se reconcilian en su música, como lo hacen los ritmos tradicionales con los soundsystems populares, los scratches y los DJ tags. Y su nuevo trabajo, firmado por primera vez a dúo con su hermano Joshua Chuquimia Crampton como Los Thuthanaka, elabora un poco más allá, conectando con una parte más orgánica, más terrenal y más materialista del mundo, que paradójicamente intensifica la dimensión abstracta y de trance al mismo tiempo que parece mojarse ante problemas presentes que amenazan nuestras relaciones como seres humanos de un modo mucho más concreto. Reimaginando su pasado, Los Thuthanaka imaginan un futuro completamente diferente, pero sobre todo un presente en el que ese futuro es posible.

Es por esto que prácticamente todos los temas en este “Los Thuthanaka” están nombrados tras una danza tradicional aimar –huayño, caporal, kullawada, parrandita o salay– que se inserta en un continuum –fragmentado, eso sí– de ritmos afrodiaspóricos que dan forma a lo que entendemos generalmente como latin club: “Jallalla Ayllu Pahaza Marka Qalaqutu Pakaxa”, por ejemplo, contrapone ritmos qala qala de las markas andinas con los ritmos globales a través de géneros como el gqom o el beat bruxaria, y el resultado es, como en todas estas composiciones, ignoto, extrañamente familiar al mismo tiempo que completamente nuevo. Y es por todo eso por lo que este “Los Thuthanaka”, también, despliega una espiritualidad muy material, canalizada a través del baile y desde varias emociones: en “Caporal (Apnaqkaya Titi)” es la energía y la marcialidad lo que domina, como en “Salay (Titi Ch’iri Siqititi)” un brillo ciertamente esperanzador, pero en general todo está definido por la inducción al trance bailable, el acceso a ese espacio liminal que rompe las distinciones entre lo divino, lo inalcanzable, y lo mundano.

Esta misma dicotomía está representada en la divinidad principal que inspira en parte el álbum, Tunupa, como también en las deidades felinas consideradas por los aymara los mensajeros de los achachilas, los dioses tutelares de las montañas, o en el mítico Coa o Chuqui Chinchay, felino quimérico que según algunas tradiciones podía aparecerse en cualquier forma y que se convirtió en deidad protectora de los seres hermafroditas: Tunupa fue, más que un dios, una dualidad divina que contenía en sí el mundo superior –los cielos, pero también las alturas espirituales– y el mundo inferior –la tierra, y sus aspectos mundanos–, y así está estructurado “Los Thuthanaka”. Su objetivo es, desde una experiencia terrenal, acceder a una conciencia superior y unitaria, y por eso hay algo chamánico sobrevolando todo el metraje: hacia el final de “Huayño (Ipi Saxra)”, y después de un trance que se mantiene anclado al suelo gracias a la guitarra de Josh y que parece ir acelerándose y creciendo en urgencia –aunque no es el tempo el que cambie, sino el espacio que se dan los beats para cortarse–, toda una orquesta de sintetizadores y keytars, como chamanes en la noche, empieza a convocar una tormenta a la que acuden sirenas, bocinas y embrujos subgraves, pero sigue habiendo paz y sigue habiendo conexión con el mundo real. Cuando las guitarras emergen también en el epicentro de “Kullawada (Awila)”, que se adentra en los ritmos kullawada de forma frenética y festiva, carnavalesca incluso, sin dejar de rondar esa idea de persistente repetición y trance, el viaje es total, una comunión plena con los espíritus ancestrales de la alucinación: es como yacer hecho un ovillo sobre la tierra fría, agarrado a un árbol, mientras el universo coloca en tu cabeza sus fragmentos en un todo por una vez procesable, que no cognoscible. Al final todo se diluye en ambient, en calma, o en el deslumbrante amanecer que es la magnífica “Parrandita (Sariri Tunupa)”, porque otras de las grandes aspiraciones de Los Thuthanaka es abrazar la constante mudanza.

Desde el minuto uno, “Q’iwanakax-Q’iwsanakax Utjxiwa” arranca en un intenso radio mix que recorre decenas de espectros electrónicos en segundos, para diluirse después en una pieza electroacústica de ambient que evoca a Steve Reich mientras olas digitales rompen contra el acantilado de un subgrave atómico e imperceptiblemente turbador. El tema, después, entra en una psicodelia mucho más terrenal, entra en el desierto mientras la guitarra se confunde entre la acidez de un riff beodo y el bajo no hace sino retumbar más y más. “Abre tus oídos”, recomienda un DJ tag, y una fiesta andina empieza a resonar a lo lejos, tan real como fantástica: distorsionada en glitches y noises museísticos, parece estar sucediendo como solo pasada en bucle en vídeos en blanco y negro, y prácticamente en stop motion, en alguna exposición sobre el colonialismo pensada para que blancos la visiten. No debería extrañarnos que la portada del disco sea una bomba de relojería a punto de estallar escandalosamente: la percepción del tiempo ha sido una constante en la trayectoria de Chuquimamani-Condori, pero con “Los Thuthanaka” se sublima dinamitando definitivamente la linealidad y apostando por una alucinación hipnagógica que parece eternizarse, que se sustenta en los principios de repetición del serialismo integral y que evoca el trance espiritual, pero que está permanentemente amenazada por la explosión. El tiempo apremia, consume, desgasta, mata… pero también fluye en el continuum de un eterno retorno que no es sino el fluir, quizá cuántico, de la vida misma. ∎

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