Álbum

Magdalena Bay

Imaginal DiskMom+Pop, 2024

Nunca te fíes demasiado de tus expectativas. Afina el oído. Déjate sorprender. Son los mantras que invocan Magdalena Bay a lo largo de toda la espectacular ópera prog-psych-pop que es “Imaginal Disk”, el disco más inesperado del año. Porque “Mercurial World” (2021) era un gran trabajo, de acuerdo, pero costaba ver al dúo originario de Miami fuera de un sonido y una proyección más genéricos dentro de las olas del pop psicodélico con ambiciones gamberras. Y con su segundo trabajo como tal, y quizá no contra todo, pero sí contra muchos pronósticos, logran evolucionar sobre sus propios cimientos –esencialmente: psicodelia, melodías accesibles y genuinamente pop y espíritu bailable– y construirse un sonido más propio, personalísimo incluso, a base de crecer hacia el maximalismo y el exceso y de soltar grandes ideas sobre la mesa, a veces hasta demasiado grandes, desquiciadas y desquiciantes, loquísimas. Da igual. Siempre funciona. Y no es fácil en un álbum que se despliega durante una hora y a lo largo de quince canciones en torno a una fumada de concepto sobre una joven en crisis existencial que recurre a los “discos imaginales” –estructuras larvarias que definen cada una de las partes que después de los procesos de metamorfosis darán forma al imago, al insecto definitivo; en este caso entendidas un poco como las “neuros” de “Cyberpunk” o los programas de aprendizaje de Neo– para ir desbloqueando partes de su personalidad, en conversación constante con la consciencia digital.

Quizá esa es la mayor virtud de “Imaginal Disk”: el insecto adulto es lo verdaderamente importante, funciona mejor como la suma de sus partes. Las canciones, perfectamente producidas, brillantes y al mismo tiempo dispersas y llenas de capas y detalles, rozando el horror vacui por momentos, son mejores en la secuencia que aisladas, pues entre sí contribuyen a una especie de sumisión química que hace de la escucha completa del álbum, epopeya ciberespacial –y alucinada– sobre el amor, el sexo y el tiempo que tritura una docena de géneros en una misma cosa, una experiencia religiosa. Desde el principio, con la extraña “She Looked Like Me!” –parece emular la disonancia del proceso de adaptación entre la conciencia receptora y la implantada, pantallas de carga que van concretando poco a poco, y sin llegar a concretarlo nunca del todo, el sonido del viaje–, hasta “The Ballad Of Matt And Mika”, una canción de amor sobre la amistad que se construye en torno a la música que tiene tanto de autorreferencial como de abstracción onírica, psicodelia, synthpop, pop-soul, experimento, funk, nu-disco, prog, alt-rock y minimalismo electrónico habitan su propio universo, en algún lugar del cosmos, entre Kirbyland, el castillo de la Princesa Peach, la Fábrica de Chocolate y la isla feérica y digital de Caroline Polachek, cuyos Chairlift emergen claramente en la parte más etérea y surrealista de “Imaginal Disk”.

No sería tan impresionante si cada planeta visitado en forma de canción, con sus propias y riquísimas faunas y floras digitales en forma de cuerdas incendiarias, estruendos sintéticos, mezclas histéricas y efectos de todo tipo, del rollo escritorio de Windows / anuncio distópico de productos de transmisión de conciencia de “True Blue Interlude” al sample de microondas de “That’s My Floor” –¿un cruce de Lenny Kravitz y Hot Chip en el idioma de Radiohead?: ¿acaso es eso posible?–, no fuera por sí mismo hiperestimulante. Cada uno de ellos se siente vivo y en constante movimiento, como sucedía en el “Desire, I Want To Turn Into You” (2023) de, de nuevo, Caroline Polachek, referencia tan certera como inesperada. Pero donde la neoyorquina ofrecía intimidad, los asentados en Los Ángeles giran hacia la extroversión disco, hacia el joie de vivre y hacia un peculiar luminismo pop, encarnado en canciones con apariencia de perfectas como la acuosa “Love Is Everywhere”, “Death & Romance” –que es casi britpop– o, sobre todo, una “Cry For Me” que invoca a unos ABBA intergalácticos y puestísimos de alguna sustancia alienígena y alucinógena.

Además, en un ataque de creatividad, juegan con las estructuras y con las expectativas llevando a los temas por sus propios viajes: el colapso retrowave que le sucede a una “Fear, Sex” que empieza en plan triphopera, recordando a Moby; los cortocircuitos de “Watching T.V.”, o la mezcla ultrasaturada de “Image” (en su clímax, después de haberse enroscado en tu cabeza como un sofistifunk de pulso nu-disco, una avalancha de sintetizadores ácidos y corrosivos amenaza con disturbar la seda vocal de Mica Tenenbaum, y por supuesto no lo consigue). En “Angel On A Satellite”, atmósferas de tormenta luchan con un piano romántico y con un beat a lo “Dance Yrself Clean” (LCD Soundsystem) que hace pensar en una cantante “de verdad” –en este caso una especie de Natalie Imbruglia– liderando como vocalista a Arcade Fire. Y en “Killing Time” o “Tunnel Vision” sacan su lado más progresivo con verdaderas suites que pasan de una suspiria psicodélica y delicada a un delirio de sintes y guitarras que recuerda a unos Tame Impala o unos Kasabian en sus etapas más oscuras y lisérgicas. “Imaginal Disk” es, en fin, un disco de pop con mayúsculas, trascendental, que recordaremos durante años y que demuestra que el pop puede ser el género más estimulante del mundo si está bien entendido, que cada vez más es desentenderlo completamente. En la distopía de Magdalena Bay parece hasta demasiado fácil. ∎

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