Existen situaciones en que lo etéreo y lo terrenal se armonizan de forma endemoniada (o angelical, que para el caso es lo mismo). Es lo que sucede cuando nos entregamos un buen rato a la contemplación del fuego crepitando bajo una chimenea. No hay nada más básico, pero tampoco más cautivador, que el baile sutil de una llama. Una sensación muy particular, como de tiempo ralentizándose, bastante parecida a la que le asalta a uno cuando repasa las
“Cançons de rebost” que se ha sacado de la chistera la joven cantautora
Mar Pujol. Temario que, de hecho, y según ha señalado ella misma, compuso en un punto su casa no muy lejano ni de la
llar de foc ni de la despensa (
rebost) a la que alude el título de este trabajo, y que de alguna manera también lo conceptualiza.
Dos años después del autoeditado
“Trepa”, la autora halla en su alacena un buen puñado de momentos, paisajes y afectos cotidianos dignos de ser poetizados. Estamos ante un sereno ejercicio de cantautoría folk/pop producido por la propia Mar junto a Jordi Matas, y grabado con un solo micro para la voz y la guitarra clásica. La violonchelista Bruna González, que la acompaña en los directos, complementa la nómina de intervinientes que desfilan por los créditos. Se ha optado por una paleta deliberadamente sobria (aunque en este caso lo sencillo no es en absoluto simple), que redunda y fortifica el trazo introspectivo de esta obra, cuyo recorrido empieza con el recuerdo dulce y melancólico de un amor que ya no es (
“Amor en conserva”).
Ambiente y contenido se relacionan no tan solo en la manera como la artista elaboró estas canciones, sino también en lo referente al entorno donde ha crecido, vive y se siente enraizada, la noble tierra del Lluçanès. Aspecto que se hace patente con frecuentes alusiones a la naturaleza en diversos temas, entre los que citaremos la especialmente bien resuelta
“Flor d’avellaner”.
Entre las más destacables de estas “Cançons de rebost” se cuentan perlas como
“Cabell d’àngel” o
“Per cada u”. La primera es una bellísima pieza en la que la autora se dirige a un amor mientras este duerme, y a quien le dice
“que el cel no té miracles, però té el teu cabell d’àngel”. La segunda, igualmente dulcísima, tiene algo de curativo cuando Mar Pujol nos receta (o tal vez se prescribe a ella misma)
“una carícia per cada pena que has passat”. Lo hace con la dosis justa de calidez y elegancia, y con recursos tan logrados como el distinguido sotobosque electrónico presente en el recorrido del tema. Situamos del mismo modo en este pódium sin medallas específicas la muy estupenda
“Tots els racons”, una de esas canciones con que uno acaba canturreando inevitablemente ya durante la primera escucha.
En contraste con el breve minutaje del álbum (menos de media hora), es mucha la mordiente y frecuentes los recovecos que hallamos en estas diez composiciones. Todas las canciones del álbum han sido escritas por Mar Pujol, con la única salvedad de
“Flor de nit”, una adaptación del poeta Joan Josep Camacho Grau de lo más afortunada. Es remarcable de qué manera, vivaracha y amable al mismo tiempo, avanza la voz entre los juegos fonéticos a que dan pie los abundantes monosílabos que desfilan por la letra. Espléndida, por inteligente, es asimismo la reflexión alrededor de la tristeza y el llanto que desliza en
“Ploranera”. Sin que podamos finalizar este bosquejo por el álbum sin referirnos con honores a
“L’hora justa” y el plácido anhelo de quien espera el momento preciso para hacerse mayor, sea lo que sea tal cosa. ∎