Mark Lanegan conserva el rostro quemado del que gastó energías sin pensar en nada más. Al ex Screaming Trees lo acompaña un pasado con enormes baches, ya cicatrizados, pero él prefiere charlar de la temporada que están haciendo sus Clippers, del otro brillo de Hollywood. Es otra forma de vivir la intensidad, su intensidad. En estos últimos siete años, Lanegan ha preferido perderse un poco de vista. Trabajar con las cosas de los otros, ya sea la dulzura de Isobel Campbell, el fuego de Greg Dulli o haciendo horas extras con Queens Of The Stone Age. Pero tocaba abrirse otra vez las venas. Decidió hacerlo sin prisas, en seis meses, a ratitos. Como se hacían las cosas.
No esperábamos
“Blues Funeral”. El mercado no exigía un disco de blues de autor sin apego por la cámara. Pero eso no significa que no lo necesitáramos. Lanegan no es Nick Cave, aunque los dos manejen el aparato religioso con mano de predicador rocoso y en sus versos convoquen a fantasmas por doquier. Lanegan no es Leonard Cohen, pero
“Deep Black Vanishing Train” lo podría poner en cuestión. Sin duda, “Blues Funeral” es un disco de los grandes. Una epopeya sureña que nace en una zanja (
“The Gravedigger’s Song”), crecerá apestando a azufre y madurará ese blues renacentista mutando hasta lo inimaginable (el electro de
“Ode To Sad Disco”).
Una música sofocante que atormenta como un peligroso enjambre de insectos. Unos textos que nos acercan el sur, el miedo y la muerte. Y también las ilusiones de Mark Lanegan, un tipo corriente. ∎