Al usar la expresión “life review”, Matmos parecen querer apropiarse conceptualmente de uno de los sucesos más recurrentes en las llamadas “experiencias cercanas a la muerte”, o ECM, consistentes en revivir de sopetón toda tu vida en imágenes. En realidad, Martin Schmidt y Drew Daniel, que desde luego están vivos y coleando, han organizado un espectáculo con secretas notas biográficas alrededor de un amplio catálogo de objetos metálicos afines a sus vidas, como las campanas parroquiales del pueblo de la infancia de Daniel, un sonido que solo resultaría significativo para él de no haberlo compartido públicamente. Con estos mimbres tan escasamente comerciales, “Metallic Life Review” podría hermanarse con discos como “Metal Machine Music” (1975), de Lou Reed. Pero no es así.
Lo nuevo de Matmos es más musical de lo que también vaticinan sus antecedentes penales y la caja de herramientas empleadas por ellos en la elaboración del álbum. Tampoco ayuda la pinta del dúo, entre Gilbert & George y dos filomáticos gafapastas salidos de un documental científico sobre energía atómica de los años cincuenta. Pero ni siquiera los dos primeros temas del disco, los rítmicos y pulsantes “Norway Doorway” –abre con gong ceremonioso y una puerta chirriante que, increíblemente, suena a trompeta de jazz con sordina– y “Rust Belt” –reminiscente de los Orbital más austeros, los del principio, y donde interviene el percusionista Thor Harris, también con una larga discografía en la mochila–, se encuadran en los peligros apriorísticos de la música acusmática, caracterizada por que la causa del sonido se difumina haciéndose indistinguible al oyente, aunque es cierto que, escuchando cándidamente el disco, se pierde la puesta en escena y la vista de los curiosos objetos que maneja Matmos para identificarlos y así entenderlos un poco mejor.
Otro elemento recurrente en la forma de hacer del dúo de Baltimore es la aleatoriedad, en el sentido de no controlar todo lo que sucede sometiendo la pieza al azaroso software que procesa sus sonidos. Este método tampoco es que se note con virulencia en la mayor parte de “Metallic Life Review”, cuyos sonidos resultan mayormente organizados en un oído convencional como el concurrente. “Changing States” arropa sentimientos drum’n’bass con una preciosa melodía interpretada al xilófono por Schmidt al estilo Mort Garson, al tiempo que Daniel “interpreta” en esta reinventada música “house” cuchillos, espátulas, tornillos, diapasones, una caja metálica de panetone, placas de aluminio y otros objetos de uso poco común según para qué. En parecida liga suenan “Steel Tongues”, con la intervención adicional de una puerta de cementerio, un carrillón accionado por Owen Gardiner y la pedal steel guitar de Susan Alcorn, artista vecina de Baltimore tristemente fallecida en enero de este mismo año, o la muy cinemática “The Chrome Reflects Our Image”.
El álbum concluye con el tema homónimo. Algo más de veinte minutos, ahora sí, más cerca de Pierre Schaeffer que de las sonoridades accesibles de un Raymond Scott, aunque solo suceda especialmente en sus dos tercios finales. Dedicada a la memoria de David Lynch, “Metallic Life Review” condensa en una sola pieza todo lo antedicho bajo la forma de una estimulante sinfonía de percusiones engarzadas a beneficio del ritmo en su primera fase, teniendo que remontarnos a alguna pieza primitiva de Yellow Magic Orchestra o puede que de Ryuichi Sakamoto para encontrar parangón. En un momento dado, la fiesta percusiva reduce tres marchas dando paso al repicar del campanario precitado e introduciendo la escucha en un mundo diferente, sutil y subterráneo, microscópico, microtonal y misterioso, que se complica sin prescindir, porque es imposible, del ritmo, de la melodía –aquí prácticamente ausente– y de la armonía entendida como una organización “comprensible” de los sonidos. Si la “revisión de una vida” tuviese música, puede que sea así, una sucesión azarosa de efectos “reales” tendentes al silencio justo antes de redoblar la última campana. ∎