Hubo una época en la que Micah P. Hinson parecía condenado a cantar siempre desde la misma trinchera: romances dinamitados o noches sin techo en Austin. Ese folk herido empezó a prender fuego con “Micah P. Hinson And The Gospel Of Progress” (2004) y “Micah P. Hinson And The Opera Circuit” (2006), discos que le dieron reconocimiento inmediato y un público fiel en Europa. Pero algo se quebró, para bien, en los últimos años. Tras rozar la retirada en 2020 y atravesar el agotamiento creativo que él mismo ha descrito, entró en un estudio del norte de Italia junto a Alessandro “Asso” Stefana, el productor que ya había desnudado su sonido en “I Lie To You” (2022). Allí empezó a tomar forma “The Tomorrow Man”, su nuevo trabajo.
En esta entrega, su barítono deja por fin el serrín de cantina y pasa a primera fila, arropado por cuerdas y vientos, incluida la Orquesta de Benevento, que aporta una profundidad casi cinematográfica, y por una melancolía de crooner que le sienta sorprendentemente bien. Ese enclave italiano ha terminado siendo un refugio seguro para alguien criado en el polvo de Texas. La orquesta, los arreglos y la banda suenan más cerca de un folk de cámara que de cualquier tradición local. Este disco es su intento de vivir mejor, un equilibrio entre el hombre, el padre, el chickasaw, el tejano y el músico que siempre ha sido.
“The Tomorrow Man” abre con “Oh, Sleepyhead”, una obertura triunfalista con colchones orquestales y un dramatismo controlado. Entre nana y réquiem, con voz de whisky templado, presenta un disco de tono casi litúrgico. “No necesitamos sentirnos tan tristes”, insiste. La canción condensa esa idea de encontrar un nuevo día. Después llega la murder ballad “One Day I Will Get My Revenge”, sostenida por guitarra acústica, clavecín, piano y varias cuerdas, más fantasmal que violenta. El golpe emocional llega con “Think Of Me”, con la voz temblando en el límite, sostenida con una delicadeza que roza lo sagrado y recuerda al Lambchop más íntimo: un retrato de dependencia, pérdida y el deseo de ser visto una última vez.
Con “Mothers & Daughters”, el disco se oscurece desde un lugar casi ritual. “It’s all the same” devuelve la pregunta central del álbum: qué forma adopta el amor cuando ya no queda nada firme a lo que aferrarse. “Take It Slow” baja aún más la guardia, guiada por una guitarra casi susurrada y una producción mínima. En mitad del recorrido aparece “The Last Train To Texas”, la única pieza con raíces country explícitas, seguida por “Hallow”, que avanza hacia la repetición hipnótica, con batería y guitarra insistentes y coros espectrales. Una meditación sobre el amor que se ha vaciado por dentro, sobre seguir soñando con alguien sabiendo que ya no queda nada.
La recta final mantiene la intensidad con “I Don’t Know God”, un lamento espiritual donde la voz de Hinson se quiebra sobre una letra que reniega del consuelo religioso (“I don’t know God and he don’t know me”). “I Thought I Was The One” funciona como una balada de revelación, ascendente, con la orquesta acompañando ese momento de claridad en el que “el cielo parece abrirse” y lo que antes era confuso, por fin, se vuelve evidente. “I Was Just Standing There” introduce un último temblor, una reflexión suspendida entre la duda y la lucidez, antes de que “Walls” despliegue su balada más desgarrada, intentando derribar los muros que él mismo ha levantado. El cierre con “Oh, Sleepyhead (Reprise)” regresa al punto de partida, un corte que para el artista representa una línea que lo une a las personas que más ama en esta vida, a las que llama familia.
“The Tomorrow Man” es un álbum lleno de canciones completas, cuidadas hasta el último detalle, de esos discos en los que no sobra ni falta nada. Sin duda, uno de sus trabajos más hermosos y mejor construidos. Y aunque suene a topicazo, el repertorio crece con cada escucha. Italia le ha sentado tan bien que lo lógico sería que las cuerdas de Benevento pidieran custodia compartida y el pasaporte incluyera partituras. Casi da miedo que grabe en otro sitio. ∎