Miguel A. García (Vitoria-Gasteiz, 1980) es uno de los músicos experimentales españoles más prolíficos e interesantes de la generación millennial, con una discografía muy amplia que debe superar, seguramente, las tres decenas de álbumes, aunque hay mucha más música tanto del ámbito del arte sonoro como de la música electrónica experimental que solo se ha podido escuchar en espectáculos improvisados o en exposiciones en centros de arte contemporáneo.
Aunque se dio a conocer en estos territorios musicales con el sobrenombre de Xedh, hace ya muchos años que trabaja casi exclusivamente con su propio nombre –“es que condicionaba un poco la escucha”, me explica por WhatsApp, “y mi nombre es más neutro”– y, en muchas ocasiones, en colaboración con músicos afines, con alguno de los cuales ha creado, también, bandas como Dopelganger o MMAL.
Y siendo de por sí prolífico, estos últimos tres meses lo está siendo aún más, con cuatro discos colaborativos publicados entre junio y julio –“Heralds de l’hivern” (Crónica, 2024), junto a Àlex Reviriego; “Craiceann” (Repetidor, 2024), junto a Rubén Gil; “Festal Perishing” (bandcamp, 2024), junto a Driellya, y “Siamese” (Repetidor, 2024), junto a Fernando Carvalho– a los que ahora se suma un nuevo álbum, “Littentula”, exclusivamente a su nombre, pero no en solitario, ya que en él colaboran la acordeonista Garazi Navas (el nombre más presente en el disco, participando en tres de sus seis piezas), el guitarrista Enrike Hurtado, y los músicos electrónicos y/o ruidistas Garazi Gorostiaga, Paloma Carrasco, Javier Pedreira, Enrike Garoz de Diego y Aintzane Arangüena (integrante, junto a Javier P. Corcobado, de Los Morenitos), así como el músico madrileño de death metal Phlegeton Vortex.
Aunque, en términos generales, Miguel A. García nos tenga acostumbrados a crear sonidos mucho más áridos y crispantes –que se podrían explicar como “ruido” (aunque, eso sí, jamás tan extremo como el japanoise) pero que el propio autor define, en cambio, como sonidos “atrayentes”–, “Littentula” nos sumerge en un estado más cercano a la introspección. Por cierto: “Littentula”, según me explica el autor, es “un neologismo que tiene algo de piedra y de tarántula”. Él, que admite a Iannis Xenakis –de quien el año pasado se celebró el centenario de su nacimiento– como una de sus principales influencias (por el lado más ruidista), aquí se nos acerca más a la estética sonora de otro referente suyo (y figura fundamental del arte sonoro internacional desde hace casi cuarenta años), el madrileño Francisco López. La retroalimentación también está presente, pero de forma muchísimo más tenue, y da la sensación de que, aunque su forma de trabajo parta casi siempre de la improvisación (que surge de forma intuitiva, sin sistema compositivo preconcebido), en esta ocasión hay un mayor trabajo de posproducción sobre las posibles improvisaciones previas que hayan servido de punto de partida, en busca de potenciar una experiencia íntima e inmersiva más intensa. Aquí hay énfasis en la “composición” (algo inusual en el ruidismo puro y duro), en el sentido de tratar con materiales sonoros que han sido revisados después de ser generados, a la manera de la estética electroacústica canónica en el terreno de la música académica de los años sesenta del siglo pasado.
La formación de Miguel como artista audiovisual hace, además, que las ediciones limitadas de sus grabaciones ofrezcan siempre una estética gráfica muy cuidada que las convierte en piezas de arte. Ahora, además de la escucha en plataformas digitales, se puede adquirir en formato de disco doble en vinilo azul de 140 gr. ∎