Álbum

Miguel Bellas

Las precipitacionesRécords del Mundo, 2024

“Las precipitaciones” de Miguel Bellas es el disco que me he puesto con más frecuencia para empezar mi día musical en el último mes (y aquí debo aclarar que este espacio suelo reservarlo exclusivamente para discos de neoclásica o de ese folk íntimo y desnudo que es como acariciar el rocío del amanecer). Pero se me ocurren mil y otras situaciones en las que “Las precipitaciones” va a ser mi elección natural… Cuando vaya en el tren de camino a mi pueblo con los auriculares puestos y medio adormilado y, al salir de los túneles oscuros de Barcelona, el sol de invierno caliente mi frente. Cuando mis amigos y yo volvamos de la playa en Formentera en verano y tengamos un trayecto de coche en el que no queramos (ni necesitemos) hablar mientras el atardecer quema el horizonte de la isla. Un domingo cualquiera para despertar junto a un amante que, sorpresa, porque esto no pasa casi nunca, quiera que se quede en mi casa para compartir la mañana en el sofá con las piernas entrelazadas bajo una manta bien calentita.

Porque obviamente tendré que hablar en esta reseña de la música y la voz y la producción y las circunstancias de “Las precipitaciones”. Pero, por encima de todo eso, hay que entender que esto de Miguel Bellas no solo es un disco: es un estado de ánimo. Y que ese estado de ánimo es aplicable a todas las situaciones que he descrito en el párrafo de arriba y muchas otras más que seguro que se te ocurren cuando te diga que este es ese estado de ánimo en el que estás triste, pero no lo suficientemente triste como para ser pesimista. Estás triste pero sabes que allá, al fondo, está la luz. Y que podrás dirigirte hacia ella cuando quieras. Así que, con esa seguridad como flotador, te dedicas a chapotear en las aguas negras de tu tristeza porque, a veces, estar triste es necesario. No pasa nada. No hace falta que finjamos alegría las 24 horas del día.

Y puede que “Las precipitaciones” encapsule de forma tan brillante este estado de ánimo precisamente porque es un disco que ha sido cocinado a fuego lentísimo por Miguel Bellas, conocido por su activo papel en formaciones como Atención Tsunami, Incendios y Paracaídas pero que aquí vuela libre. Y solo. Muy solo. Al fin y al cabo, el mismo artista explica en una serie de stories de Instagram que le venía dando vueltas a un buen puñado de canciones desde hace años hasta que, el 15 de septiembre de 2022, recibió un regalo muy especial: la reserva de los días 31 de marzo y 1 de abril de 2023 en La Mina, el estudio de Raúl Pérez en Sevilla en el que han grabado artistas como Pony Bravo, Niño de Elche, Sen Senra o McEnroe. En esos dos días, Bellas grabó en bruto un total de 21 canciones en las que solo usó su voz y un piano que se dejó sin afinar a conciencia.

Lo malo es que esas 21 canciones se quedaron en un cajón por buenos motivos (Miguel se concentró en sus oposiciones de secundaria) y por razones menos buenas (no sabía por dónde tirar con el material grabado) hasta que Bellas decidió quitarse de la cabeza la idea de repartirlas en dos EPs y priorizó un álbum que concentrara once cortes que casaban los unos con los otros de manera natural no solo a nivel musical, sino también a nivel temático. Huyendo de la narrativa lineal y apostando más bien por el desorden de las piezas de un puzle que ha de ensamblar quien escucha (si quiere, claro), “Las precipitaciones” es un disco en el que un corazón roto sangra de forma similar a como han hecho sangrar corazones otros artistas como Florist, The Montgolfier Brothers, Sufjan Stevens o esa Amaia que se ponía delante de un piano en “La Mesías” y te rompía el alma en una escena que sintoniza de forma natural con este puñado de canciones. También es un disco que se sitúa en el meridiano entre el paisajismo cinematográfico de Michael Nyman y la depuración minimalista de neoclásicos como, sobre todo, el Ludovico Einaudi más aficionado a quedarse a solas con sus teclas blancas y negras.

Por su parte, la posproducción casera de “Las precipitaciones” añade las pinceladas justas para terminar de dibujar el paisaje emocional propuesto por Bellas. Tan solo añade algunos sintetizadores, alguna trompeta, algunas cajas de ritmos y un puñadito de arreglos que se utilizan de forma narrativa y romántica (entiéndase aquí a la manera del Romanticismo, no a la manera de las comedias románticas hollywoodenses). Porque claro que ya hemos escuchado en otras ocasiones la lluvia como metáfora de las lágrimas, pero esa recurrencia no merma la efectividad del recurso. De la misma forma que también hemos escuchado en otras ocasiones un bombo electrónico como catarsis de un alma agitada, pero en “I tu per què no estàs plorant?” es una catarsis reconducida hacia la lección vital cuando, tras escuchar a un niño realizar la pregunta del título de la canción (es decir: “¿Y tú por qué no estás llorando?”), el tumulto se apacigua, se ordena, y Miguel canta: “Sabrán a mar las lágrimas / Las lágrimas que soñamos”.

Es imposible, entonces, no sentir ese sabor a mar invadiendo tu boca por la comisura de tus labios, que es precisamente por donde se cuelan las lágrimas del desamor. Y puede que, respondiendo a la pregunta de esa canción, yo no esté llorando en este momento precisamente porque no he incluido el corazón roto entre los estados de ánimo que he descrito en el primer párrafo de esta reseña. Porque, por suerte o por desgracia, el corazón roto es algo que ocurre cada vez con menor frecuencia cuando te haces mayor. Pero también es algo con lo que, una vez lo has vivido, siempre (¡siempre!) vas a sintonizar. Es por eso por lo que “Las precipitaciones” es un disco perfecto para todos esos estados de ánimos que, en este punto del texto, ya deberías tener claro. Por mi parte, lo que tengo claro es que, la próxima vez que me rompan el corazón, este va a ser el álbum que me ponga en repeat. Para que me lo rompa un poquito más. ∎

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