Miedo, cariño y cajas de ritmo. E Irantzu Valencia. Y Queralt Lahoz. Y, claro, Miqui Puig bajo la bola de espejos. “Viva Acid House”, que cantaban Los Sencillos hace ya unos cuantos lustros, grito de guerra que el de L’Ametlla del Vallès recupera aquí para imprimir una velocidad extra a la elegancia sintética, a ese pop en mocasines y polos entallados, de “15 canciones de amor, barro y motocicletas” (2019).
Tres años después aquel trabajo firmado junto a la Associazione Ciclistica Popolare, Puig regresa acompañado por el productor Raúl Juan para entregar un nuevo trabajo que, deprisa deprisa, supera con creces casi todo lo que ha hecho en los últimos años. Así, lejos de los calambrazos new wave de “Escuela de capataces” (2017), el catalán se reencuentra a lo grande con la pista de baile y lo celebra con un festín de hedonismo y melancolía, de sintetizadores brillantes y ritmos gozosos, por el que desfilan invitados de lujo como New Order, Saint Etienne, David Sylvian, Ultravox, los Nueva Vulcano de “Hemos hecho cosas”, Pet Shop Boys…
Un concienzudo repaso a su fabulosa colección de discos y un destilado en toda regla de la magia que atesora en su maleta de DJ del que Puig, hombre para todo del pop y albacea de la nostalgia más enriquecedora, emerge transformado en insigne operario de la electrónica de autor. También en capataz de una fábrica de baile que, casualidad o no, funciona casi como positivo perfecto, como gemelo bondadoso aunque igualmente juerguista, del oscuro, acelerado y makinero “Trovador tecno” (2022) de Joe Crepúsculo. No hay más que hacer la prueba y colocar, una al lado de la otra, “Yo no quería estar allí” y “José House”, y dejar que la cosa fluya.
Aseguraba Miqui en una entrevista reciente que sin una buena canción no hay partido, y si de algo anda sobrado este “Miqui Puig canta vol. 7” es de canciones de construcción impecable; de cohetes de disco-pop y funk ácido como “La Casa Italia” y “Adiós samurái”, esta última junto a Ferran Palau y El Petit de Cal Eril; y de estribillos burbujeantes que, como los de “Cadera de mimbre, la leyenda” y “Pors Puig”, no hubiesen desentonado en el “Indicios” (1994) de Carlos Berlanga.
Con las reverencias a Franco Battiato y a sus italianos favoritos completando el puzle y las colaboraciones con Lahoz y Valencia como bola extra, al final todas las piezas acaban encajando y Puig se despide a lomos de “Los decentes” convertido en abracadabrante prestidigitador del ritmo mientras espanta miedos e inseguridades a caderazos. ∎