La figura de Nick Drake se debate entre dos aspectos fuertemente polarizados: la evidencia reconocida de su genio y las especulaciones sobre su misteriosa personalidad (cada vez menos a pesar de la irremplazable ausencia de imágenes en movimiento). El primero quedó sobradamente demostrado con los tres álbumes publicados en vida por su autor. Respecto al segundo,
Molly Drake (fallecida en 1993) ayuda a proyectar una luz adicional sobre el enigma yacente bajo el humus de Tanworth-In-Arden. John Wood, ingeniero de sonido de la familia, afirma que Molly es el auténtico eslabón perdido en la historia de Nick Drake. No le falta razón. Me imagino al niño asombrado ante la extrema sensibilidad posuterina de su madre. También al industrioso Rodney Drake, ingeniero apasionado por la tecnología audiovisual y protector cabeza de familia, decidido a registrar en vinilo durante los años cincuenta aquellas excelentes cancioncillas de talla impresionista creadas por su bella esposa.
La verdad es que ella las canta e interpreta al piano con tanta dulzura y perfección que cuesta asimilar su condición de grabaciones caseras acometidas hace sesenta años por una aficionada. Hay algo oscuro en ellas, una preocupación por el paso del tiempo, por el cambio que experimentan las personas y sus sueños, por un destino imaginado casi siempre sombrío, una serena, distante melancolía que Nick Drake interiorizó y elevó a una nueva categoría artística en sus propias composiciones. Gracias, Rodney. ∎