Según los registros disponibles, “A flor de piel” sería el tercer disco largo de María Mónica Gutiérrez, una extraordinaria colombiana afincada en Londres que se hace llamar Montañera. Bajo este seudónimo, en elocuente contraste con el actual destino asfáltico de la artista bogoteña, editó independientemente el álbum “Encarnación” en 2017 y “Salvadora” tres años después. Gutiérrez se alía ahora con los productores Diego Manrique y Edgar Marún –quienes también acaban de sacar el álbum “Marimbitiaos” (2023) como Rizomagic– para dar a luz el trabajo menos convencional de la autora, resultado de multiplicar sus numinosas experiencias ultramarinas por los rizomas generativos del tándem colombiano o el folclore secular de Cankita y Las Cantaoras de Yerba Buena.
El álbum da comienzo con un tema –homónimo– de blues pacífico-caribeño que emplea símiles naturalistas –manantial, gorrión, florecer, bruma– y un arreglo de kora africana que suena japonés. Montañera descontextualiza la imaginación del oyente a las primeras de cambio sumergiéndole en un viaje sonoro más circular que lineal o de ida y vuelta. Gutiérrez añora la magia de los espacios perdidos y los recupera esquivando el kitsch de la morriña, cuidándose de evitar las imágenes tópicas, buscando una identidad interior que escape de las trampas habituales. Hay un término que ronda por aquí, el “latinfuturismo”, algo así como un retorno expresivo a ciertas raíces americanas, africanas y latinas que recurre sin rubor a la tecnología occidental. “Santa mar”, con Cankita y sus cantoras, sería un gran ejemplo de esta querencia ritual que también alberga un potente componente femíneo.
Montañera se vale de algunos guiños modernos en su aterciopelado estilo vocal. Sus canciones no son extraordinariamente melódicas, ni los ritmos juegan un papel predominante. Es el juego casi ceremonial del espacio, de los timbres y del resto de ingredientes sonoros –presididos por las voces y un proteico ambient– lo que hace de “A flor de piel” un disco diferente a todo lo que se puede escuchar ahora mismo. Hay quien lo compara, quizá hiperbólicamente, con Björk. Pero algo tórrido y onírico, que no asusta sino que acoge, circula en “A flor de piel” con temas como “Un día voy a ser mariposa”, el más largo de la colección con sus casi seis minutos y medio de duración. Gutiérrez canta entre atrapada y transportada desde una matriz de irrealidad. Solo la fuerza interior le permite escapar, metamorfoseada, claro.
“Como una rama” es casi una pieza a capela cuyo atractivo son las armonías vocales y un detallismo electrónico que transforma lo que podría ser una canción tradicional en algo bien contemporáneo. “Bajar”, único corte producido por Juan Manuel Lara Cárdenas, da continuidad a ese mismo esquema, mientras que “Me suelto al riesgo”, quizá el tema con la estructura más previsible de todas, suena a una canción folk de los Apalaches mutante por la magia de la kora subtropical. “Cruzar” cierra a lo Eno un trabajo que contribuye a redefinir la idea de naturalidad interpretativa, reintegrando de paso el cruce de latitudes con origen en la siempre valiente experiencia migratoria por confortable que parezca. Montañera visibiliza y fusiona esa vulnerabilidad con el dominio técnico y una sensibilidad, sí, a flor de piel. ∎