Álbum

Orina

Mea culpaDesorden Sonoro, 2025
Llegará un día en que mirarán atrás y maldecirán el día (o la noche; seguramente la noche) en que escogieron nombre, se dejaron llevar por el jijijaja y, a que no te atreves, publicaron un primer disco con un título cargado de segundas. Orina. “Mea culpa”. ¿A qué no te atreves? Venían los malagueños de cantarle a las infinitas posibilidades del equilibrismo social en “Parkour” (“levántate y nunca dejes de saltar”, chisteaban) y de hacerle un bonito traje a la autoridad deportiva (“Poli en chándal”) en su EP de presentación, así que la inclinación por la guasa y el choteo, el reír por no llorar, se daba ya por hecho. La broma, sin embargo, dura poco; lo que tarda el zarandeo motorik de “Dolor mudo”, algo así como Spacemen 3 a punto de estamparse contra La Trinidad ante la mirada desdentada y legañosa de Mark E. Smith, en poner casi todas las cartas encima de la mesa.

De lo local a lo universal, del culto a Tabletom a los furiosos arañazos selváticos del punk siglo XXI, a través del lenguaje universal de la precariedad y el descontento. El nihilismo vitalista de Carolina Durante convertido, salivazos mediante, en anarquismo guasón. Lo mismo el desguace piscodélico que el jazz protesta; el costumbrismo noise que el calipso tóxico. Desorden y desconcierto en media hora de gozoso delirio.

Un loop de desencanto celebratorio, si es que existe tal cosa, en el que caben desde los Dead Kennedys hasta Tijeritas, de quien han ejercido de sorprendente banda de acompañamiento. A partir de ahí, manga ancha estilística y sensacional puntería. Olfato pop con maneras de estibadores del punk. “Perdí mi centro” podrían ser Las Ruinas tras una sobredosis de disolvente, “No sé andar” sintoniza con el universo lírico de Alcalá Norte, y “Trípico lunes” fantasea con unos Talking Heads capitaneados por el John Lydon de P.i.L.

“Moreno albañil”, primer avance del álbum, podría ser un buen resumen de la filosofía del sexteto malagueño: una llave de judo a la precariedad y el fogoso hormigueo de una guitarra mellada y herrumbrosa. “Pico, pala, anís y cocaína / dos sacos al hombro y me sangra la vejiga / pico, pala, anís y cocaína / en la obra aprendí / que ser pobre es de por vida”, canta el magnético Manué Rodríguez desde lo alto de un prometedor debut que tan pronto avista orillas tropicales (la juguetona “Jabón”, o El Guincho en versión rupestre y doméstica) que se deshace de asco y calor en el charquito de punk ponzoñoso de “Mea culpa” y sale de órbita con el dub narcótico de “Kung Fu Orchestra”.

“Nada me hace bien / todo me disgusta”, vocean en el corte titular, mantra existencial que, bien pensado, explica a la perfección ese nombre que parece un chiste pero que en realidad es una auténtica declaración de intenciones. Porque Orina, aseguran, “es una forma verbal de dignificar algo que está mal visto, pero es inevitable y necesario; una palabra correctísima para referirse a algo que a priori puede ser desagradable”. También ellos, a su manera, dignifican lo incómodo y desagradable. ∎

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