A veces basta media hora para caer rendidos ante una fórmula que se hace carne ante nosotros como si se tratara de una banda curtida, y victoriosa, ya en mil batallas.
Nada más lejos de la realidad. palmeras negras apenas tienen dos años de vida. Increíble si nos atenemos a la solidez de una propuesta como la presentada en este álbum, ceñido a la religión de lo inaudito. Vamos, una especie de relocalización única de clásicos del post-hardcore como fueron en su momento “Spiderland” (1991) de Slint o “Rusty” (1994) de Rodan. Poca broma.
De este modo, el festín arranca con “empezar (de nuevo)”, en la que suenan dentro de una solución slowcore muy cercana a los primeros Low, aunque con un fondo cósmico que añade sincera emotividad. La segunda parte de esta canción podría colar perfectamente en el repertorio del primer Sr. Chinarro.
Tras un inicio tan inspirado, es imposible no recordar también a otro ilustre andaluz de la materia core experimental más atmosférica como David Cordero, santo y seña de Úrsula, con cuyo proyecto se pueden establecer varios paralelismos y que acentúan la facilidad con la que, desde Andalucía, estos páramos noise siempre han contado con formaciones de una profundidad muy particular, como los enormes Blacanova.
La senda slowcore prosigue en los susurros cantados por Jesús Barrau, voz, guitarra y sintetizadores del grupo, que comanda “ya no cabe ni el silencio” hacia otra versión más espartana y loca de la ortodoxia slowcore; en este caso, empujándola hacia terrenos que lindan con el doomgaze e incluso con el avant-folk. Lo increíble de todo es la naturalidad con la que suena este aparente batiburrillo, aquí cosido entre sintes de vientos y chispazos post-metal dignos de Godflesh.
El siguiente escalón es “nunca fue importante”, donde la explosividad eléctrica se hace más intensa y fogosa, al mismo tiempo que las coordenadas prosiguen su camino, con un equilibrio delicioso entre brutales cabalgadas emocore y pasajes zurcidos con la misma sapiencia de Jesu.
“la isla de las flores” está vertebrada sobre diálogos de efecto áspero e inquietante. A continuación, lo que emerge es una especie de versión alucinógena de los The Cure de “Disintegration” (1989) como si tocaran canciones de Codeine. Estremecedor. Casos como este subrayan las opciones de una fórmula que siempre ronda el ABC post-rock, aunque manteniendo los pies en la literalidad core.
Por su parte, “si recordara” es un monumento post-metal tallado a golpe de riff macerado en granito eléctrico sabbathiano. Eso sí, fusionado a un interludio de cuerdas neoclásicas que preceden a la gran tempestad y que colinda con propuestas como Swans en sus momentos más tempestuosos.
Y para terminar, llegamos a la orilla mecidos por el halo ambient que trasluce en cada punteo de guitarra ejecutado en el primer tramo de un corte mutante como “me esfuerzo en olvidar”, uno en el que también hay espacio para abrumadores azotes noise-metal y explosiones doomgaze perfectamente cuadradas dentro del latido existencialista predominante.
Esta es otra muestra simpar de cómo jugar con el balance entre calma y tempestad. Porque si algo son palmeras negras es el vivo ejemplo de un grupo que solo sabe espantar las sombras desde la dicotomía salvaje de la tensión-distensión. ∎