Tras haber anunciado su retirada de los escenarios en 2018 y haber sugerido que no grabaría más discos con material nuevo cuando publicó “Stranger To Stranger” en 2016, Paul Simon ha publicado un álbum que nadie se esperaba. Según ha dicho, la idea de “Seven Psalms” se le presentó en sueños y decidió perseguirla escribiendo las letras entre las 3 y las 5:30 de la madrugada durante varios días a la semana. Un método estricto y exigente que parecía destinado a captar la inspiración de lo onírico y, sin embargo, suena como improvisado y, al tiempo, muy racional.
Los siete salmos están concebidos por el neoyorquino como los movimientos de una sola sinfonía, interpretada básicamente a voz y guitarra acústica con pequeños aderezos instrumentales (una flauta, una armónica, algunas voces de apoyo y así). En las versiones CD y digitales se presenta todo el disco en un solo corte, cuya duración de 33 minutos (la edad de Jesucristo al morir, ya saben) puede ser un dato fortuito o significativo, una broma, nada de eso o todo lo contrario. La primera impresión, de hecho, da pereza, hace pensar en música plasta de catequesis. Simon con su guitarra cantando en “The Lord” que el Señor es esto y lo otro, pero a medida que la canción va avanzando, se produce un ligero cambio de acordes y él suelta “The COVID virus is the Lord”. Ahí la escucha empieza a ganar interés.
Ese tema inicial reaparece de modo inesperado en varios momentos del disco, como al final del tercer movimiento (“My Professional Opinion”) y del sexto (“The Sacred Harp”). Y, en esta última, introduce algunos ligeros cambios en la letra, que ahora va así: “The Lord is a puff of smoke / Thar disappears when the winds blow / The Lord is my personal joke / My reflection in the window / The Lord is my engineer / The Lord is my record producer”. Ahí está el finísimo sentido del humor del viejo Paul, sugiriendo que esa presunta crisis de fe sobre la que está cantando a sus 81 años (“I have my reasons to doubt”, suelta a la altura de “Your Forgiveness”) no debemos tomárnosla con demasiada solemnidad. Pero hay más cosas: reflexiones sociales y humanistas como las de “Trail Of Volcanoes” o incluso algún pasaje narrativo sobre autoestopistas y refugiados que parece funcionar como parábola de algo.
El fingerpicking de Simon va detrás de las letras, que son las que mandan en este disco junto a su voz quebrada y cercana. No hay melodías que enganchen, y su escucha continuada se hace bastante ladrillo, aunque es interesante el concurso vocal de su esposa, Edie Brickell, en los momentos finales, hasta llegar a una conclusión que suena a despedida: “Heaven is beautiful / It’s almost like home / Children! get ready / It’s time to come home / Amen”, seguida del sonido de unas campanas. Pero es que, justo antes, lo que cantaba era “Wait / I’m not ready / I’m just packing my gear / Wait / My hand’s steady / My mind is still clear”. Lo que suena a disco final puede ser, simplemente, una broma más que deje la puerta abierta a cualquier cosa. Sin duda, Paul Simon todavía está loco después de todos estos años. ∎