Cinco años y toda una pandemia han transcurrido desde “El salto” (2019), el anterior álbum de Pauline en la Playa, cuyo talento para seguir facturando buenas canciones parece no haberse agotado tratándose, además, de su octavo disco largo. Luca Petricca, distinguido ingeniero y productor del mejor indie nacional, ya colaboró en su segundo disco, “Tormenta de ranas” (2001), y comparte producción con las hermanas Alicia y Mar Álvarez en este, también, segundo trabajo autoeditado por las gijonesas. O sea, que quienes se compren el disco y no se limiten a escucharlo a través de un dispositivo digital portátil tendrán entre las manos un objeto quintaesencialmente independiente. Vaya que sí.
El apego de este dúo resiliente a observar las complicadísimas cosas sencillas que rodean nuestra vida para traducirlas a un lenguaje a menudo metafórico pero comprensible –abstracto puede serlo cualquiera, oiga– está presente ya desde la primera canción y single digital, “Yo podría ser John Wayne”, de la nueva docena que presentan en “Los días largos”. No hace falta ser justiciera, faquir o astrónoma, aunque, admitámoslo, sí algo similar para manejar tan bien los resortes de una buena composición, es verdad, sin subvertir ninguna tradición. Pero el mundo intenso de Pauline en la Playa tiene que ver más con el detalle y menos con las grandilocuencias de un cambio de paradigma. Sí.
Otro mérito mil veces relatado: la maestría de las Álvarez –con permiso para llamarlas así– para que las palabras fluyan entre los versos y estas a lo largo y ancho de la canción. No hay que tener miedo a compararlas con Vainica Doble, solo es necesario cuidarse de prestar la debida atención. Un ejemplo: no creo que las maestras recurriesen tanto a los fenómenos celestes: un meteorito en “Si me dejas de querer”, truenos y centellas en “Que te parta un rayo” –“que te atraviese, te deje plantado y te peine con la raya al lado”: corrosión capilar como justicia divina– o en “Tú y yo en la tormenta”, los aguaceros persistentes de “La lluvia”, mucho de ello a trote ligero de wéstern pop con lejanos toques de Las Aventuras de Kirlian –¡qué gran canción “Un día gris”!–. Las hermanas Álvarez tienen aquí otra canción diurna, melancólicamente optimista, “Los días largos”, cuya introducción a piano recuerda a algo conocido pero bellísimo.
Cuidadas armonías vocales, esa forma de cantar, clara y distinta, compartida con otras damas del pop nacional, casi el único que importa, ese de bajos vuelos y alto octanaje –Espanto y Single–, el acierto a la hora de usar sintetizadores y otros colores no invasivos de producción, o simplemente las grandes canciones, esas que dan vértigo y ponen la piel de gallina, como “Abismo” –de nuevo un accidente natural se abre ante los pies de la protagonista– y marcan la diferencia con sus letras afiladas, intensidad emocional, pragmática introspección, total ausencia de autocompasión. Otro tema que pueden guardar en la alforja con orgullo, ese que, suponiendo mucho, además de la necesidad de expresión, las impulsa a seguir haciendo buena música. Sin aspavientos y quizá sin paraguas. ∎