Repasando la discografía de Pumuky encontramos un denominador común en los títulos: “De viaje al país de las tormentas” (2005), el EP “Los exploradores perdidos” (2007), “El bosque en llamas” (2009) y “Plus Ultra” (2011) apelan a fenómenos naturales y fantasías heroicas, como si fuesen capítulos de una novela de aventuras. En los canarios existe otra corriente discontinua que parte del rock indie, pasa por el shoegaze y recala en el llamado dreamcore. Pumuky se enganchan a este imaginario sonoro como un destino inapelable, sin mirar el reloj, ajenos al temporal de las modas. “No sueltes lo efímero” –¡qué remedio!– culmina un proceso de veinte años levantando una catedral neogótica –sin incienso–, colmada de medios tiempos, guitarras de aceleración y sintetizadores que embellecen su distinguido muro de sonido.
Al principal de los Ramírez, Jaír –su hermano Noé lo acompaña a las guitarras eléctricas–, le gusta componer laberínticos paisajes interiores recurriendo a nociones literarias –en “El bosque en llamas” había referencias a Kafka, Beckett o Hesse–, comiqueras –el mismo origen del nombre Pumuky–, filosóficas –“Justicia poética” (2015) contenía “Suprahombre”, “Reducción al absurdo” y “Teoría de cuerdas”– o esotéricas –“Plus Ultra” se llevaría aquí la palma del oro alquímico–. “No sueltes lo efímero” reincide en temas como “Escapismo o barbarie” –¿variación del “socialismo o barbarie” de Rosa Luxemburgo?– o “El desencanto” –la demoledora cinta de Jaime Chávarri–, advirtiéndose un salto de madurez en las letras de este cuidadoso letrista cada vez más con los pies en la tierra –a pesar de la acuática portada de Jalón de Aquiles, o sea, Xavier Jalón López, fiel ilustrador del proyecto–.
La técnica vocal de Jaír Ramírez, cuya morosidad se emparenta con gente como José Luis Fernández Abel –las conexiones con Alphaville no se quedan ahí–, J de Los Planetas o –menos– Enrique Bunbury, se compadece con el tono elegíaco de sus textos. En “Hablando con los animales”, uno de los mejores cortes –en vena– del álbum, Ramírez apunta a una angustia anhelante tan concreta como las arenas cenicientas de Icod de los Vinos –donde nació–, sin metafísica que te proteja de tan devastadores sentimientos. Es importante reconocer la valentía del compositor en esta sociedad del “cuidado de sí mismo” –un pensamiento muy estoico– confundido con el egoísmo recalcitrante y pervertido hasta el ridículo: “Y si no es pedir mucho, querría quererme, ser un lagarto tornasolado que ni el sol pueda doblegarlo, la mirada ya no desviaré, ahora siempre sabré que si no quiero, no tengo que hacerlo”. La “filosofía Bartleby” –puede que otra referencia literaria aquí, esta vez de Melville– puede servir como consuelo en los momentos más difíciles. “Estudio sobre la rabia” es sin duda un paso atrás en la recuperación y en “No sabemos dónde ir” confiesa: “Solo creo en la bondad y en el caos que nadie puede cabalgar”. Quienes se tuestan en las playas canarias jamás imaginarían una némesis autóctona de esta naturaleza.
El lirismo desagarrado del bardo insular, en absoluto exento de imágenes positivas y emociones esperanzadoras aunque partan de una convicción existencial que parece negar la trascendencia –“en este juego absurdo todos pierden al final, por eso voy con todo para nuestra salvaguarda”–, encuentra un balsámico contrapunto en las melodías que compone y que se inscriben en los cánones más ortodoxos del género. Los arreglos pertenecen a la banda al completo ayudados esta vez por Raúl Pérez en las tareas de producción desde los estudios granadinos de La Mina. Juntos han obtenido un sonido expansivo y ambicioso que convierte “No sueltes lo efímero” en su mejor trabajo, aún más alejado del indie rock que “Justicia poética”. Naira de la Cruz hizo coros en la primera pieza del álbum, “El salitre de tus labios”, y Alejandro Padrón, de sus paisanos GAF, tocó la trompeta en el tema titular. ∎