Álbum

Ringo Starr

Look UpLost Highway-Universal, 2025

Hay una teoría que circula por ahí que viene a decir que, según el momento vital en que te encuentres, tu Beatle favorito será uno u otro. Cuando eres pequeño, el que te gusta es Ringo: es divertido, hace bromas, canta en “Yellow Submarine”. La pubertad y la adolescencia son 100% John Lennon: el mundo no te comprende, quieres ser rebelde, enfrentarte al poder establecido. A medida que te acercas a los 30, el que prefieres es George Harrison: te apetece ser diferente, encontrar tesoros que no ven los demás, ser interesante. Pero llega un momento en el que te das cuenta de que el bueno, el bueno de verdad es Paul McCartney.

De alguna manera, Ringo Starr sigue siendo ese hombre simpático que, en el fondo, nadie se ha tomado nunca muy en serio. Es alguien que cae bien, parece buen tipo, se pasa el día enseñando dos dedos en plan “paz”, no se puede pedir mucho más de un octogenario que se tiñe el pelo de la cabeza y la barba para seguir aparentando 30. Ringo es bien y hay que aceptarlo tal y como es.

Y tal y como es, implica que era el Beatle “country”. La rama de influencias de country & western que había en los de Liverpool la canalizaba él, teniendo como resultado fundamental su versión de “Act Naturally”, la canción de Johnny Russell/Buck Owens. Su voz, grave y rasposa, se adecuaba con naturalidad al estilo y ayudaba a remarcar la personalidad de cada uno de ellos. El amor por el género se cimentó en 1970 con “Beaucoups Of Blues”, el álbum que grabó junto a Pete Drake, intérprete de pedal steel de Nashville. Vamos, que es casi su misión vital, no el capricho de un millonario en la última etapa de su vida.

Más de medio siglo (¡!) después de aquello, Ringo vuelve al country en un trabajo construido junto a T Bone Burnett, poliédrico guitarrista que ha trabajado con personalidades como Bob Dylan, Roy Orbison, Robert Plant y Sam Shepard, entre otros muchos. Burnett ejerce aquí de factótum del disco encargándose no solo de la producción, sino de la composición de nueve de los once cortes –Starkey, apellido real de Ringo, solo aparece en uno–. El disco suena sólido, claro, hecho con cariño y savoir faire. Con un cierto toque Nashville contemporáneo demasiadas veces con halo estándar. Nadie espera riesgos, pero sí un poco más de crudeza.

Breathless” y la titular Look Up” suponen un inicio movido y optimista. Esa yuxtaposición de letras uplifting frente al tono melancólico marca de la casa de Starr está presente en toda la colección. Pero no es hasta Time On My Hands” donde luce de verdad. Una sección de cuerda acompaña al cantante y baterista, resultando emocionante por momentos, más allá de la curiosidad. Never Let Me Go” es Liverpool 100%, con solo de armónica “Love Me Do” incluido. Starr, por su parte, se mantiene firme detrás de los tambores, aunque no son las interpretaciones más ingeniosas de su carrera –Ringo es un batería eternamente infravalorado, pero quedaron muy atrás sus momentos de gloria–.

Lo que sí es sorprendente es lo bien que ha envejecido su voz. En “I Live For Your Love” luce especialmente, acompañado de Molly Tuttle. Su rango nunca fue amplísimo, pero en tesitura casi de barítono se permite alternar graves y agudos y salir bastante indemne del asunto. Come Back”, junto a Lucius, es la pieza más folk, más pura por así decirlo. Las cuerdas vocales se vuelven aquí más roncas, pero no molestan en un contexto de guitarra, banjo, violín y voces femeninas. Salvando las galaxias de distancia, un poco Leonard Cohen.

El disco avanza entre canciones de amor/desamor, obviamente tópicas, pero siempre reconfortantes. Es el caso del blues eléctrico de Rosetta” o el country-pop vintage de String Theory” (aquí se prestaba una colaboración de Paul McCartney, pero bueno). Para cerrar un disco tan estimable como anecdótico, Ringo se acompaña de Alison Krauss en la estupenda Thankful”, de las mejores del conjunto. Más allá de la broma, respeto por Ringo. ∎

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