¿Nos hemos vuelto locos? Un comentario (quizá desafortunado, no pertinente, frívolo, pero una respetable opinión personal, al fin y al cabo, aunque fuera un delicado jardín en el que no necesitaba meterse) vertido por Róisín Murphy en su muro de Facebook hace un par de semanas en contra de los bloqueadores hormonales en jóvenes transgénero ha emborronado la publicación de su sexto álbum. La irlandesa era hasta bien hace poco un tótem queer; parece ser que ahora es una tránsfoba declarada: a ese punto de esquizofrenia hemos llegado. La escandalera en las redes sociales, que aún la persigue (no hay más que ver el hilo que sigue al anuncio del disco en su Twitter), pese a haber eliminado el post y haberse disculpado, no debería empañar la valoración del que es su mejor trabajo desde “Overpowered” (2007). Posiblemente el mejor de toda su carrera. Una continuación perfectamente lógica de aquel disco de referencia que fue “Knock Knock” (2018), el tercer largo de DJ Koze (Muphy colaboró ahí en dos temas), por cuanto el alemán produce y coescribe estos trece nuevos cortes, que no podrían hallar mejor acomodo que Ninja Tune, sello en el que la irlandesa debuta. Se juntan pedigrí y talento más que probado: pocas cosas podrían salir mal. Lo grabaron en la distancia durante un largo proceso de cuatro años, pero su minucioso detallismo no redunda en un frío trabajo de laboratorio. Esto rebosa vida.
“Mi música es el núcleo de todo lo que hago y está en constante evolución, es libre e impredecible”, argumentó Róisín en su matización/disculpa tras la polémica, aunque esta no fuera suficiente para contentar a la legión de ofendidos/as. Y si nos ceñimos a ella, a su música, esta habla por sí misma. Con más rotundidad que cientos de comunicados. A los 50 recién cumplidos, la ex-Moloko sigue concibiendo la música como un ejercicio profundamente liberador, ecléctico, empoderador, multiestilístico, singularmente enraizado en la autoafirmación personal, en el valor de la rareza no por primar la bizarría sino por entronizar la diferencia (cualquier diferencia) como un valor a proteger. Y con eso deberíamos quedarnos. Quien se lo pierda por otras motivaciones, seguramente no tenga en cuenta que esto son dos días. Y mal asunto si uno de ellos lo pasamos enfurruñados. Desde el respeto.
“Hit Parade” es lo que su nombre (jocosamente, nace de una broma entre ambos) promete, porque apenas hay desecho en sus 58 minutos. Se nota la mano de Mad Professor en las brumas que expiden el house reptante de “What Not To Do” y la hondura deep house de “You Knew”. Los avances en forma de single ya pronosticaban triunfo: las deliciosa “CooCool” y “Fader” (el videoclip de esta última, grabado en Arklow, el pueblo de Róisín, es una delicia) juegan con coros y vientos prestados de la tradición soul en un marco contemporáneo. De hecho, la segunda samplea el “Window Shopping” de Sharon Jones & The Dap-Kings. Son dos virguerías. “The Universe” es otra mayúscula apelación a la música con alma (rozando el revival: es la más clásica), al igual que “Hurtz So Bad”, que se despliega entrecortadamente a ritmo casi de 2-step. “Can’t Replicate” y su ritmo febril y obsesivo recuerda poderosamente al “French Kiss” de Lil Louis, pero cualquier atisbo de obsolescencia es cuestionado por “Two Ways”, con su vocoder y su sonido de caja de ritmos 808, difícil de imaginar –tal y como están dispuestos– sin la existencia previa del trap y el moderno R&B. Aunque si buscáis un clásico instantáneo, quedaos con “Free Will”, gloriosa orgía de cuerdas deudoras de la mejor tradición disco music rematada por percusión latina. Un desfile de hits en potencia, en resumen, con el que bailar, pensar, crecer. O quedarse a vivir en él durante unas semanas. ∎