La lógica conceptual que se esconde tras un trabajo que, como todo lo salido del genial colectivo madrileño rusia-idk, abraza el eclecticismo posdigital y adopta la forma de un collage o de un caleidoscopio de infinitas caras y músicas recientes y no tan recientes es una contraposición entre lo humano y lo artificial representada en el momento en el que, en la película “2001. Una odisea en el espacio” de Kubrick, el ordenador HAL 9000 se desconecta justo después de interpretar un estándar británico de music hall, “Daisy Bell (Bicycle Built For Two)”, que fue en la vida real la primera canción en ser cantada por un ordenador, el IBM 7094 –y que en su momento ya actualizaron Blur–, a través de un software de síntesis de habla. Esta idea, que conecta en parte con grandes historias de amor entre humanos y máquinas como las de “El hombre bicentenario” (Chris Columbus, 1999), “Her” (Spike Jonze, 2013) o “Blade Runner. 2049” (Denis Villeneuve, 2017), le sirve al productor madrileño para trazar una especie de nebulosa de la contradicción en la que sumergir todas las canciones de su esperado debut, “DAISY”, un disco donde la producción electrónica parece buscar desesperadamente su propia humanización, y en el que Ruslán Mediavilla, desafiando a su software en un tira y afloja que podría ser romántico, hace valer las grandes melodías y los formatos más clásicos y más atemporales de canción.
Es una forma de enfrentar el sonido que cristaliza en “SOPHIA” o en una “4 Daisy” que es un poco como si aquel HAL 9000 hiciera un clásico pero de los Boyz II Men –el amor de rusowsky por la música negra y especialmente el soul y el R&B es evidente a lo largo de todo el trayecto–, y que tiene mucho que ver con el enfoque plunderfónico de Daniel Lopatin (Oneohtrix Point Never) en “Chuck Person’s Eccojams Vol. 1” (2010) y por su diseño generativo para los sintetizadores en algunos momentos de “Again” (2023). Una balada de Soundcloud rap, con ecos del Bladee más emocional y orgánico, no es casualidad que en su fondo esté definida por el sonido del último disco de Oklou, inspirado en las “eccojams” de OPN: guitarras acústicas, melodías pastorales y trances sugeridos en el prado del escritorio de Windows XP. La misma visión convoca “BBY ROMEO”, por ejemplo, con un Ralphie Choo que demuestra seguir en estado de gracia y que ya ha conseguido definir una personalidad melódica muy por encima de cualquiera de sus compañeros en rusia-idk, o la increíble “ALTAGAMA”, quizá la mejor canción del disco pese a su aparente perfil bajo.
La mayor sorpresa de “DAISY”, en cualquier caso, es que esos mismos universos, completamente oníricos y rozando siempre la irrealidad, pueden hacerse de algún modo muy físicos en el sentido de la tradición bailable de la música negra. En “pink + pink”, por ejemplo, una melodía renacentista flota en el aire entre gélidos coros fantasmagóricos, pero la instrumental tiene más el espíritu de un purasangre de nuestra música urbana en contacto con los bajos de Timbaland. Y mientras Ravyn Lenae ofrece en su parte puro R&B dosmilero, Ruslán parece en su estrofa Dellafuente. La figura del granadino y una conexión en este caso sutil con la música brasileña se refuerzan en “Johnny Glamour”, una samba que samplea a Las Ketchup en la que deja entrar flautillas andinas, o en la motorizada “SUCKKKK!!!”, divertido delirio de agresivo rap experimental –entre Arca y Death Grips– junto a La Zowi que interpola pitcheadísimo el “Papi Chulo” de Lorna. “malibU”, en otro extremo, convierte lo que parece un atardecer en París –esos acordeones– en un merengue urbano de aires melancólicos que podría haber cantado Sen Senra.
La trituradora no siempre funciona bien, porque es como si rusowsky hubiera decidido no pasar la mezcla por el colador para filtrar unas impurezas que no es que contribuyan a un diseño sonoro feísta y extremo, a la manera de un Aphex Twin, de una Arca o de una aya, incluso de una Jane Remover a la que se intuye como inspiración colateral en temas como “KINKI FÍGARO” o una “LIAR?”, con el BROCKHAMPTON Kevin Abstract, que no termina de explotar en ningún momento pese a partir de una gran idea –y a intentarlo con una algarabía rítmica final–, sino que no permiten disfrutar de una experiencia perfectamente ligada y cohesionada y homogénea. Al rollito Tyler, The Creator meets The Internet de “99%”, por ejemplo, le falta algún gancho para no terminar completamente consumido por esa nebulosa generalizada; del mismo modo que tanto “(ecco)” como “project tu culo” se quedan en simples experimentos de ambient de 16 bits pero poco más, sin terminar de formar una unidad de canción completa.
Los dos minutos de “KINKI FÍGARO” quizá dan con la clave desde el arranque mismo, como la figura del gorila en la portada: inteligente, sí, pero también un poco básico. ¿Por qué no? En su espíritu maximalista y hortera están un poco las dos caras de rusia-idk: la baladita Disney de pianista de conservatorio repeinado y el experimento trap pensado para hacer pogos como un puto psicópata. Pero cuando encuentran el equilibrio perfecto en esa intersección… ahí es cuando golpean de verdad. ∎