¿Demasiadas metáforas? Probablemente, pero el contenido de “King Night” se presta –ya desde el nombre del trío, la portada con inquietante iconografía cristiana, las camisetas que lucen con el símbolo de la paz invertido, los títulos de las canciones (“Frost”, “Sick”, “Killer”,“Trapdoor”)– a hacer literatura para penetrar y arrojar luz sobre un diseño sonoro que cocina en la misma olla referentes de neoclasicismo y música industrial, gótico oscuro y shoegazing turbio, dubstep abisal y slowcore extremo, hip hop reptante, ambient pringoso, crunk con anestesia y black metal ilustrado. Sí, hay misterio y un clima que envuelve y embruja (oh: “witch”) mientras se suceden los casi cuarenta y cinco minutos de un debut largo que justifica y amplifica las entregas previas. Sí, todo este planeta de crueldad, abuso y noche negra del alma ya estaba en los surcos de los EPs previos, pero aquí se eleva hasta cotas de notable vértigo. Prueben –a todo volumen– con “Redlights”, rescatada del primer EP: sus radiaciones lo-fi han crecido sin perder efectividad gracias a las mezclas de un Dave Sardy que ha sabido respetar estas ráfagas de hielo amargo mientras las abrillantaba para reventar bafles y iPods.
Aunque operen en terrenos opuestos (¿seguro?), SALEM me despiertan las mismas sensaciones que degusté en 2009 con el debut de The xx: un uso inusual de los recursos electrónicos, goteos de sexualidad enferma, cierto romanticismo con aroma de podredumbre, tableros de beats precisos, declinaciones de un minimalismo que crece escucha a escucha y un balanceo perfecto entre lo desconocido y los referentes a un pasado perdido. Entren en la habitación sin ventilar de “King Night” y experimenten el pellizco de la asfixia y el miedo, de la suciedad y la impotencia, de la poesía y la muerte. Mal rollo, gran disco. ∎