Sisa desapareció (voluntariamente) en 1984 dejando en el camino gemas como
“Qualsevol nit pot sortir el sol” (1975) y
“La catedral” (1977), discos ajenos al desgaste del tiempo que son –o deberían ser– verdaderas obras de cabecera para cualquier cantautor que pretenda salir de los barrotes y los caminos trillados. Tras sus años madrileños y la máscara de Ricardo Solfa, el del Poble Sec reapareció como Sisa en el 2000 con el magistral
“Visca la llibertat”, un retorno que contó con la capital colaboración de Pascal Comelade: parecía que ese paréntesis de dieciséis años se comprimía en un segundo y el universo del filósofo galáctico volvía a cobrar vida en todo su magnífico esplendor. Desde entonces, una carrera más o menos sostenida con trabajos siempre correctos, pero en los que se echaba en falta la chispa mágica del firmante de “L’home dibuixat” y “El setè cel”.
Ocho años después de
“Ni cap ni peus” (2008) –su colaboración con Joan Miquel Oliver–, el barcelonés da un excelso golpe sobre la mesa con este extenso –setenta minutos–
“Malalts del cel”, verdadera enciclopedia de los mundos
sisaianos que se antoja como el testamento artístico –esperemos que no– de un Sisa rebosante de ideas e inspiración. Para la ocasión, han acudido a la llamada amigos de ayer –Dolors Palau, Selene, Pau Riba, Xavier Riba, Melodrama, Marina Rossell...– y de hoy –David Carabén, Anna Roig, Roger Mas, el Quartet Brossa...– que acompañan diecinueve canciones donde el piano de Gregori Ferrer se eleva como el principal pilar musical. Principal, pero no único: todo el trayecto está coloreado con imaginativos arreglos instrumentales donde tienen cabida acordeones y órganos, violines y vientos, percusiones y guitarras acústicas y eléctricas.
El leitmotiv principal del álbum gira en torno a esos
“malalts del cel” (enfermos del cielo) que en la década de los 60 y 70 soñaron con cambiar el mundo,
“navegando contra el viento”, esa
“comunidad de razón y psicodelia” que se enfrentó al orden establecido... y perdió. La elegía de Sisa sobre el fracaso de esa utopía se hace desde la lucidez y la poesía, sin nostalgia mohosa, y avisa:
“Larga es la historia y no se ha acabado”... También sobrevuela en “Malalts del cel” la sombra de la muerte, de un final inevitable que se acerca lentamente con el paso del tiempo,
“de matar la vida muerta que vivimos”, donde
“todo quedará en nada y hará frío, mucho frío”. Hay tristeza, quizá resignación, pero también una alegría agridulce de quien sabe que ha vivido una existencia plena y no le tiene miedo al fundido en negro de la pantalla de la vida.