Álbum

Sr. Chinarro

Cal vivaEclipse Melodies, 2024

No debe ser fácil cumplir treinta tacos en este negociado sin que la factoría renquee, y menos cuando te prodigas a una media que anda en torno a un disco cada 18 meses. Lo decía al abordar “Reality show” (2022) en esta misma publicación, pero “Cal viva” (2024) me obliga a ser reiterativo, a riesgo de aburrirme a mí mismo y también al lector. Quien no se debería aburrir en absoluto es el oyente, no digamos ya el seguidor de largo recorrido, porque el decimonoveno álbum de Sr. Chinarro se encuentra entre lo más completo e inspirado que ha facturado nunca. Tan pronto dejas caer la aguja sobre sus surcos –de momento solo está en vinilo, en breve lo hará en CD y quién sabe cuándo en streaming, si es que llega– te da la sensación de estar ante su particular disco de soul plástico, por emplear la terminología del Bowie de mediados de los setenta, pero es apenas un espejismo: “Exvoto” muestra el lustre de unas cuerdas a lo philly sound que recuerdan a los Lambchop de “Nixon” (2000), y “V de victoria” es un arrebatado disco-soul en el que la sección de viento –la trompeta de Adri Cruces y el trombón de Fernando Blanca– se luce de lo lindo, pero los diez cortes restantes muestran una panorámica tan diversa como escasamente acomodada. Antonio Luque ha renunciado a hacer de su marca una matriz inalterable, una sucesión de huecograbados. Y aunque su modo de contar las cosas sea básicamente el mismo, hay una evolución bien patente en su envoltorio.

Supongo que el trueque de compañeros, con el concurso de Isra Diezma a la guitarra, Juande Jiménez al bajo y Alfonso López a la batería, habrá tenido algo que ver. Casi siempre hay movimiento en su sala de máquinas, y se suele notar. “Flipper” suena a canción fronteriza al estilo de Ry Cooder, “El alto mando” es un medio tiempo –o una balada, para sus estándares– más que embriagador, “Altavoz Bluetooth” emite cálidas radiaciones latinoamericanas (¿cumbia? ¿calipso?), “Comunión” remite a la tradición de la canción española (la sombra de Cecilia sigue siendo largada), “Una escena” brinda guitarras de textura surf y no se me ocurre un cierre más oportuno que “Me acaricio”, tersa y plácida como una apacible brisa, con los violines en primer plano. Entremedias, el pop de (cada vez más) ligero ascendiente post-punk en “Bufón”, “El muelle 1” o “Carlos Haya” (puede ser una alucinación, pero cómo me recuerda su tramo central al final de “Stop Breathin’”, de Pavement), esta última en referencia al aviador del bando nacional durante la Guerra Civil, aún con calles y avenidas a su nombre, oportuna alusión a la sempiterna pulsión cainita (y olvidadiza) española que justifica el título del álbum y anida en algunos de sus textos, reflexiones sin moralina acerca de nuestro atribulado presente, que tampoco se puede explicar ni entender sin nuestro turbio pasado. ∎

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