Hace unas semanas, St. Vincent compartió en Spotify una lista de referencias para entender mejor el universo sonoro de “Daddy’s Home”, su sexto álbum. Un primer vistazo destaca que ese título es un homenaje a un clásico oculto del doo-wop, que el disco no solo es la carta de amor al Nueva York de los años setenta que la campaña de marketing que lo acompaña ha vendido astutamente, y que la temática paternal no es un mero capricho.
El glam rock de querencias funk que exhibe en canciones como el single inicial, “Pay Your Way In Pain” (imagina que “Fame” hubiese acabado en manos de Prince), no debería coger con el pie cambiado al fan de St. Vincent, acostumbrado a ver a la diva variando de pelaje con cada disco y explorando estos sonidos en trabajos quizá injustamente menospreciados, como su álbum compartido con David Byrne. Hay cosas, con todo, que no cambian: los arrebatos de guitarra inverosímiles, un gusto por la teatralidad, el idiosincrático humor negro, la catarsis psicoanalítica y las referencias a ese misterioso Johnny, personaje recurrente en toda su discografía.
A eso quizá se agarrarán los seguidores de la más estrambótica y díscola de las estrellas (indie) pop, porque en su afán por tratar temas más personales, de dar la bienvenida a casa a su padre después de una década en prisión acusado de fraude, y de escarbar entre sus referentes sonoros más clásicos, Annie Clark se ha desprendido de todos sus elaborados alter egos, de dominatrix pop a líder de secta futurista. En su lugar, apuesta por una narrativa más de pies en el suelo a la que acompaña un sonido que, en lugar de mirar hacia adelante como acostumbraba hasta “MASSEDUCTION” (2017), se acerca al pastiche soul-funk con todos los elementos que se le presuponen a un disco de los setenta: órganos Wurlitzer, sitares, flautas, coristas (entre ellas, Kenya Hathaway, hija de la leyenda soul Donny Hathaway), derivas psicodélicas…
“Daddy’s Home” es un disco desigual. Parece esquivar premeditadamente los hits que tanto abundaban en su discografía pretérita en favor de baladas blues e interludios autoindulgentes; tiene atisbos de esa St. Vincent empoderada, juguetona y ligeramente pervertida; muestra astucia escarbando en la tradición rock neoyorquina con alusiones a la musa de Andy Warhol Candy Darling que Lou Reed y ANOHNI convirtieron en leyenda antes, y se autodescribe como una “benzo beauty queen” muy a lo Lana Del Rey en la oda a divas que nadaron contracorriente y fueron vilipendiadas por ello en “The Melting Of The Sun”.
Entre todas esas ocurrencias, sin embargo, pierde la oportunidad de mostrar a una Annie Clark más terrenal y vulnerable tras haberse adentrado en una madriguera freudiana en anteriores largos. Menos autobiográfico de lo esperado y más un ejercicio de estilo en clave años setenta, el disco suena todo lo bien que tiene que sonar con St. Vincent y Jack Antonoff al mando de las operaciones desde los míticos estudios Electric Lady. Papá está en casa, pero su hija no exactamente. ∎