Cuando ya pensábamos que se lo había tragado la tierra, y casi una década después de esa obra maestra del sincretismo sonoro que fue “Racine carrée” (2013), Stromae regresa por fin con un tercer álbum que no defrauda pero tampoco sorprende. Que nadie espere encontrar esa inesperada conjunción astral que constituyó su anterior disco, cuyo título, “Raíz cuadrada”, parecía hacer referencia al conjunto de sus raíces, genéticas y musicales. De verdadero nombre Paul Van Haver, nacido en Bélgica de madre belga y padre ruandés asesinado durante el genocidio de los tutsis en 1994, “Racine carrée” concitaba de forma mágica los ecos de la chanson de Jacques Brel, la cadencia del soukous del Congo (país vecino de Ruanda), el eurobeat de pedigrí belga y el techno de filiación europea. Imposible encontrar un sonido más enraizado y, al mismo tiempo, más contemporáneo. La panacea de una globalización bien entendida.
“Multitude” es otra cosa. Por supuesto, el personal toque Stromae sigue muy presente. Es inevitable. Pero aunque la hibridación musical vuelve a ser patente, este nuevo trabajo no posee la resplandeciente diversidad de atmósferas de su disco anterior y mantiene un tono general quizá más homogéneo. Eso sí, de una calidad superlativa y con una brillantez lírica que permanece inalterable, en esta ocasión con más tintes autobiográficos y confesionales que nunca. El disco reúne doce canciones de entre dos y poco más de tres minutos que condensan su forma de ver los acontecimientos personales y sociales ocurridos en los últimos años.
“Invaincu”, el tema inicial, es toda una declaración de principios, un grito victorioso de reafirmación a pesar de todas las dificultades y de la dureza de la vida que nos ha tocado vivir en tiempos recientes, que empieza con un coro de voces blancas para dar paso después a un rap sobre un pomposo colchón sonoro. La experiencia pandémica continúa presente en “Santé”, el primer single, introducido por un charango, en el que se entremezclan zouk, EDM y la huella de Henri Salvador, habitual en la música de Stromae. El peligro de la rutina en la vida de pareja queda reflejado en “La solassitude”, entre recitado y chanson, con una utilización sutil y minimalista de la percusión y un final delicadísimo de embriagadora evocación oriental gracias al empleo del erhu, un violín chino.
“Fils de joie”, el nuevo single, trata el tema de la prostitución desde una perspectiva no precisamente abolicionista, y lo hace sobre un aire melancólico entre cadence antillana y danzón cubano con un toque barroco. Le sigue “L’enfer”, probablemente el tema más popular del disco, gracias a esa entrevista en la TF1 en la que, a una pregunta de la presentadora Anne-Claire Coudray, Stromae respondió cantando esta canción que cruza las polifonías búlgaras con una melodía que podría ser la de un tema que hubiera llevado Brel a Eurovisión. Trata el tema de la salud mental y del suicidio, lo que le ha valido la felicitación del mismísimo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS.
Por su parte, en “C’est que du bonheur” echa mano de la ironía para relatar su experiencia como papá que cambia pañales, y lo hace sobre un fondo muy caribeño, que continúa en “Pas vraiment”, en este caso mezclado con el aroma arabizante que aporta el ney. La atmósfera japonesa y oriental se entrelaza con la inspiración mandinga en “Riez”. Y “Mon amour” es una balada preciosa, no exenta de ironía, con una cadencia entre latinoamericana y congoleña, definitivamente una de las perlas del disco. Como también lo es, por razones distintas, “Déclaration”, sin duda, la canción más sorprendente e innovadora, con sus efectos delay, su original tratamiento electrónico y su perspectiva muy personal sobre el feminismo.
El disco llega a su desembocadura con los dos temas que el belga ha coescrito con el rapero francés Orelsan (con quien ya había colaborado en un tema de este, “La pluie”) y que representan las dos caras de la moneda de una jornada cualquiera, como si tratara de dar voz a una personalidad bipolar: “Mauvaise journée”, más triste y depresivo, suena como una versión latinoamericana y contemporánea de Jacques Brel. Y “Bonne journée” es algo así como un trap delicado y optimista: “La felicidad es la única cosa que cuando se comparte se multiplica”. Habrá que decírselo a Putin, quizá. ∎