Por increíble que parezca, y más allá del odio que pueda generar su verborrea egocéntrica o su divismo de
star relamida, existen motivos para respetar a Brett Anderson, sí.
“Suede” (1993), un
déjà vu apasionado poco valorado en su día en Rockdelux –quizá influyó la oportuna y esclarecedora visión en directo del cuarteto: ¡Spiders From Mars en los noventa… seis días después de la muerte de Mick Ronson!, sin olvidarnos del clamoroso horterismo (falso glamur) de Mr. Brett–, aguanta el tipo con una dignidad impropia del (presunto)
hype británico más escandaloso de los últimos años. Los singles de
Suede siguen confirmándose como piezas rutilantes, y el álbum que las sostiene navega corpóreo hacia un remanso de afectación no dañina: rumbo glam vía Bowie y sueños de grandeza vía Mozzer como antídoto depresivo contra la miseria cotidiana, fomentando el heroicismo popular en telegramas melodramáticos.
Ahora ha llegado
“Dog Man Star”, el “difícil segundo álbum”, en el que siguen depurando una trama estetizante que reaviva sentimientos de nostalgia, liberación y ambigüedad para ofrecer un discurso “sensible” visualizado a través de una voz nasal ampulosa, que embriaga con resonancias magnéticas a la usanza de los verdaderamente grandes y conecta con una tradición vocal netamente “british”. Es cierto, Brett canta con convicción, entrega y, sobre todo, autoestima; por momentos, fabulosamente: entre el falsete y el (verdadero) glamur.
Y ahora, cuando debe hacer frente a la soledad del corredor de fondo tras el abandono de Bernard Butler (el
guitar hero from Mars que, en su precipitada despedida, aún tuvo tiempo de legar su inconfundible sello a este “Dog Man Star”), se intuye un camino: Brett aspira a ser el nuevo… Scott Walker (¿para qué imitar a Bowie o a Mozzer si su ego le permite atreverse directamente con el maestro y, dato importante, no hacer el ridículo?). En
“Still Life” –escrita desde el punto de vista de una ama de casa, por las que siente una gran afinidad, declara; mismo caso que
“The 2 Of Us” (piano más Brett a pelo)– los arreglos orquestales son de Brian Gascoigne –colaborador de Walker–, quien inflama el decorado de drama pasional, filtrando romanticismo y a veces desesperación, algo que ya se paladeaba en “Stay Together”, single intermedio publicado el día de San Valentín, o en
“The Wild Ones” (la despedida de dos amantes; según Brett,
“la mejor canción de Suede con diferencia”).
A veces –y como apunta Nando Cruz–, Suede parecen Brett & His Orchestra: a lo “déjenme solo” (síndrome del cantautor), reafirmando un concepto de epopeya tristona apuntalada en un tour de force vocal emocionante y salvaje, no exento de una pretenciosidad –es su estilo– que por momentos los hace caer en un inaudito colchón de sinfonismo progresivo (cortesía de Bernard, se supone, por lo general otorgando ese fuste de buen rock clásico que incluye a los Beatles de “Sgt. Peppers”, al Bowie acústico y/o ácido, a los Smiths más líricos…; aunque a veces demasiado obvio en su papel de
suck the seventies).
Son Suede, uno de los grupos del momento… ya con dos discos (¿es posible ser
hype con dos discos?): un récord en estos tiempos. A mí, aun conociendo de dónde vienen e intuyendo hacia dónde van (ya con Richard Oakes, el nuevo guitarrista: 17 años, al que Brett dominará a su antojo), este disco ambicioso y autoritario –violines y trompetas– me ha deslumbrado. ∎