Disco destacado

Sufjan Stevens

JavelinAsthmatic Kitty-Popstock!, 2023

Sufjan Stevens nos ha acostumbrado un poco a todo. A esperarlo todo y a no esperar nada. A escucharle narrar con una intimidad solo posible para alguien de su capacidad empática terceras historias, sketches de vidas ajenas, pero también camuflar su biografía personal y sus sentimientos bajo capas y capas de experimentación sonora, electrobarroco y sinfonías de robots de madera, una versión siniestra de las marionetas de Gepetto. También nos ha acostumbrado a que entendamos que puede hacer todo lo contrario. Pero quizá nunca lo había conseguido armar todo a la misma vez. Hasta ahora. “Javelin” es todos los Sufjan y a la vez es un nuevo Sufjan. Es el Sufjan de siempre, como nunca.

Todas las canciones de su nuevo álbum parten de la intimidad, de una sensación de retrato en primera persona, invocando sentimientos que parecen personales pero que poco a poco van revelando su ambigüedad y se convierten en universales, aludiendo de nuevo, como en sus primeros trabajos, hace ya más de veinte años, a estas terceras personas que componen, en el fondo, la historia de nuestras vidas. Y todas, aun partiendo de ese susurrante y confesional tête à tête que recuerda a “Seven Swans” (2004), estallan del mismo modo en una fiebre catártica que recupera la estridencia sinfotrónica de “The Age Of Adz” (2010). Realidad y ficción se confunden, pero da igual. Todo da igual en un “Javelin” dispuesto solo para exaltar el amor y al otro, para sacrificar el ego en favor de los demás. Da igual si Sufjan está hablando de sí mismo aquí, ni siquiera merece la pena planteárselo. Porque aunque todo parte de sí mismo, aunque la práctica totalidad de este demoledor trabajo esté compuesta, grabada, producida y mezclada desde la soledad, nunca sentimos solo a Stevens. Lo abrazan los coros de cinco mujeres, las emociones electrónicas, las flautas psicodélicas, las cuerdas embriagadoras, los sintetizadores ambientales, las percusiones de otro planeta… Todo llega siempre en el momento justo, cuando el de Detroit está a punto de romperse, con la calidez de un amigo. Lo levantan y lo impulsan.

Porque en el fondo “Javelin” es un disco de ruptura, o un collage de rupturas, y en las rupturas –y ante la pérdida en general– es cuando más recurrimos a los que nos rodean. También cuando más conscientes somos, quizá, de que aunque nos encerremos en nuestros mundos formamos parte de un mundo mucho más grande. Cada minuto de amor en la vida de Stevens, cada bocanada que el amor –y el desamor– da entre nosotros, se respira a lo largo de los poco más de cuarenta minutos que dura “Javelin”. El beso inocente a la orilla del lago y a la luz de la luna de “A Running Star”, con sus preciosas campanas y ese coro tontorrón que sube como los calores de la excitación y que se relaja después, separados ya los labios, fijas las miradas, en un rubor. La desiderativa melancolía de “My Red Little Fox”. Los bamboleos que acompañan siempre al acomodamiento en “Genuflecting Ghost”. La devastadora carta de despedida que es “So You Are Tired”, que consigue que sientas el miedo a perder lo más grande del mundo. El terror que transmite “Javelin (To Have And To Hold)” entre referencias a la muerte y a la sangre. El acuerdo de “Shit Talk”.

Inigualable, inimitable.
Inigualable, inimitable.

Todo viene siempre de fingerpickings del guitalin de Stevens o de sutiles arreglos de piano, como si saliera de lo más profundo, y se va meciendo entre el tono infantil que a veces lo caracteriza y una seriedad dramática. Por momentos se va al mundo de las églogas, pero retiene de algún modo ese reverso oscuro que por lo general asoma en su música: como si en la escena de angelical bucolismo que dibuja todos estuvieran muertos sin saberlo, alienados en un paraíso post mortem, protegidos por su mente del apocalipsis que asola el mundo real y que ha terminado con ellos.

La extrañeza que a veces dejan ver estas composiciones se contrapone, además, con una sensibilidad pop quizá no inédita en su discografía, pero nunca tan concreta, nunca tan temática. No deja de ser curioso: el disco más accesible de Sufjan también es su disco más críptico e indescifrable. Su disco más pop se abre con el Vesuvio de “Goodbye Evergreen”. El hombre que hacía bromas sobre Adele termina su nuevo álbum con una progresión de góspel-soul que le pondría a la británica los pelos de punta: ocho minutos de banda sonora a las despedidas con un coro que suplica “abrázame fuerte para que no me caiga”. El hombre que criticaba a las bandas que se mantenían después de los diez años ha acabado haciendo, en “Everything That Rises”, una sutilísima versión del “Clocks” de Coldplay, poniendo la melodía por encima de todo y, aunque termine enturbiándose después, como en todo “Javelin”, adentrándose en una fantasía industrial distorsionada, extraña y excéntricamente retrofuturista, casi steampunk. Está claro que no, que Sufjan Steven ya no quiere luchar en absoluto.

“Javelin” se siente como la culminación de un devastador proceso de sanación y recuperación personal que se ha llevado por delante prácticamente todo lo bueno que conocía –repito: aunque sea mentira, aunque sea solo una abstracción, aunque pueda ser la historia de cualquiera–. Es el Stevens resiliente o solo un hombre aprendiendo a lidiar con la insuficiencia, con el error, con la frustración, con el desengaño, con el resentimiento y con el arrepentimiento, con el miedo. Un hombre que en “Will Anybody Ever Love Me?” solo clama por un poco de amor de verdad entre imágenes barrocas de corazones ardiendo, votos y espadas de oro, hogueras y funerales vikingos. Con un símbolo de lo que significa la pérdida, con un trabajo cuyas referencias son solo suyas, propias, y pese a que acabe versionando el clásico de Neil Young “There’s A World” –invocando el sentimiento de pertenencia que siempre definió al canadiense–, Sufjan revoluciona, una vez más, la canción de autor. No sé si inigualable, pero desde luego inimitable sí es. ∎

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