Desde principios de los años 80, Suso Saiz (Cádiz, 1957) ha publicado metafísicas crónicas ambientales de la imaginación, música minimalista de vanguardia. Primero con Orquesta de las Nubes y luego en solitario, intercalando siempre colaboraciones con músicos de órbitas similares, desde el fallecido músico mexicano Jorge Reyes al austriaco Christian Fennesz, pasando por el californiano Steve Roach. Los 90 fueron años en los que destacó como creador de bandas sonoras para cine y televisión (“El milagro de P. Tinto”, “Al filo de lo imposible”, “El detective y la muerte”, etc.), músico de directo (Luis Eduardo Aute, Esclarecidos, Los Piratas) y productor (Los Piratas, Los Planetas, Christina Rosenvinge, Luz Casal, Pablo Guerrero, Aute, etc.), pero el hundimiento en los últimos diez años de la industria discográfica lo “obligó” a regresar al terreno de la composición. ¡Benditos seamos!
Aquellos que estén familiarizados con sus cuatro décadas de trabajos ambientales, tanto piezas cortas como largas, puede que no se sorprendan demasiado por lo que se ofrece en su nuevo álbum, “Resonant Bodies”, dado que todo encaja en la trayectoria de Saiz: sonidos oníricos que se encuentran con las misteriosas y cavernosas reverberaciones del espacio que no encajan en ningún género musical existente, salvo para decir que su esencia es exploratoria y, en virtud de su presentación, hipnótica. Sin embargo, quien se enfrente a “Resonant Bodies” con el recuerdo aún reciente de sus álbumes más recientes (“Nothing Is Objective”, de 2019, o “Rainworks”, de 2017, ambos en solitario, o “Static Journeys”, de 2021, con Michal Turtle, y “Between No Things”, de 2020, con Suzanne Kraft) sí van a encontrarse con novedades. Es sabido que Saiz es una de las máximas figuras de la música ambient internacional, pero nunca como hasta ahora había desafiado sus propios límites para abordar una obra extensa (dieciocho piezas, una hora y veintidós minutos en total) que entrara tan de lleno en el ámbito del drone y la música estática.
Él explica el carácter conceptual del álbum: “Un cuerpo vibra produciendo un sonido que llega a otro cuerpo y lo hace vibrar y generar un nuevo sonido que hace vibrar a otro cuerpo que genera otro sonido… Imagina una orquesta infinita de cuerpos que multiplican sus vibraciones sonoras creando la sinfonía de los Cuerpos Resonantes. La resonancia como principio de comunicación; el sonido como constructor de lazos e interrelaciones entre los hombres”. En ese sentido, el álbum parece pretender imitar esa interacción de energías con una serie de composiciones sintetizadas, en la que cada capa se ve influida, generada, por los ecos de la anterior.
La interacción envolvente que va evolucionando a lo largo de las distintas piezas ofrece contrastes de sombra y luz, dominados por una belleza resplandeciente y paisajes sonoros seductores que se extienden hasta el infinito, pero resultan muy terrenales: de la sensación de calma estival con que escuchamos las supuestas cigarras de “Tarde de agosto 2019” al despertar de ese plácido sopor que transmiten los aparentes tañidos de campanas que configuran (y adornan) “Changes And Reality”. La revelación de su música se despliega en formaciones sonoras de tejidos hipnóticos, remolinos atmosféricos brumosos y reverberaciones murmurantes. Aunque concebida como un total, cada pieza se podría considerar en sí misma un mundo sonoro elaborado con paciencia de orfebre a lo largo de dos años, con superposiciones muy meditadas y calibradas de capas sucesivas.
El disco, que cuenta con el ADN fundacional de la música ambient, es una alquimia sonora elegante y llena de matices. Su minimalismo expansivo revela una amplitud sombría y emotiva: un descenso musical al núcleo de nuestro ser, un buceo interior que desvela el poder trascendente de la soledad para expresar la naturaleza paradójica del misterio insondable que llevamos dentro. ∎