Disco destacado

The Cure

Songs Of A Lost WorldUniversal, 2024

El decimocuarto álbum en estudio de The Cure llega como un tsunami informativo con epicentro en la generosa entrevista que su líder, Robert Smith, ha filmado en los estudios londinenses de Abbey Road. “Songs Of A Lost World” se publicará mañana 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, y se nutre de las veintiséis canciones escritas por él entre 2010 y 2019 –con alguna excepción–, año este último en el que fueron grabadas. Todas ellas conformarán una suerte de trilogía que saldrá a la luz antes del quincuagésimo aniversario de la banda en 2028, momento en el que Smith planea retirarse con casi 70 años y una larga gira de despedida que dará comienzo en 2025.

Ahora que un minuto nos parece una eternidad, por no hablar de los dieciséis años transcurridos desde su anterior disco con canciones nuevas, el irregular “4:13 Dream” (2008), las ocho que integran “Songs Of A Lost World” pertenecen casi literalmente a una galaxia, si no perdida, sí lejana y no menos universal. En aquellos tiempos pre-COVID, Smith perdió amigos, a un hermano y a sus padres. Así que un sentimiento de pérdida, existencialista si por ello entendemos que uno se hace a sí mismo partiendo de esa realidad macabra, informa el disco más cohesionado de The Cure seguramente desde “Bloodflowers” (2000). Las comparaciones también llegan con “Disintegration” (1989) y la insuperable trilogía gótico-siniestra de “Seventeen Seconds” (1980), “Faith” (1981) y “Pornography” (1982). Álbumes con grandes canciones y resueltamente atmosféricos, pero de atmósferas viven los mundos más habitables, que diría el astrónomo.

Palabras mayores para un disco que Smith ha retocado en su versión final con la ayuda de Paul Corkett, dejando intactas las tomas vocales de 2019, ya anunciado en 2022 y que la banda ha estado deshojando en directo, hasta cinco de sus temas. Los dos principales, “Alone” –un poema del escritor victoriano Ernest Dowson titulado “Dregs”, “escoria”, le sirve de inspiración– y “Endsong” –con más palabras demoledoras: it’s all gone, I don’t belong here anymore, left alone with nothing–, aún enmarcan el setlist central del grupo, posición de honor que se repite en el álbum. Las restantes canciones testadas en público fueron “And Nothing Is Forever” –sobre promesas incumplidas por Smith a un amigo en su lecho de muerte, emocionante de principio a fin con piano y sintetizador obstinados–, “A Fragile Thing” –percutante y más sensible segundo single tras “Alone”– y “I Can Never Say Goodbye” –acerca de Richard, su hermano fallecido y mentor musical del pequeño Bobby–, probablemente las más poderosas de este LP de duración clásica (49 minutos) y largas introducciones instrumentales que logra invocar los mejores activos de la banda: grandes melodías, ambientaciones densas pero no revueltas y la voz de un Smith que parece no envejecer a pesar del cardado capilar, cada vez más disperso y canoso. Otra buena canción desvelada en los últimos directos, “I Can Never Be The Same”, se queda en la nevera.

Robert, qué bueno que volviste.
Robert, qué bueno que volviste.

Robert Smith recupera la inspiración recurriendo a torrentes inagotables como la memoria, la pérdida de lo querido y la autoconciencia de finitud, material con el que es fácil pasarse de la raya. En comparación, discos como “Faith” pueden sonar a diversión adolescente, pero Smith, que da rienda suelta a sus pensamientos más íntimos desde la experiencia personal, tampoco convierte “Songs Of A Lost World” en un funeral. “Warsong” aspira a convertirse en una de las canciones más amargas de su autor, pero “Drone: No Drone”, aun tratando sobre el problema de la identidad, escapa de la circunspección con su energizante wah-wah, y “All I Ever Am” contiene esas progresiones optimistas a lo New Order que casi siempre afloran en el sonido del grupo.

Ajeno a las modas –Robert Smith ni siquiera usa smartphone–, lo nuevo de The Cure no deja de ser pop y nos brinda esa chispa de belleza accesible que casi siempre está presente en este tipo de arte. El compositor confiesa, además, que estas nuevas viejas canciones le “importan” de verdad, no como otras en el pasado –¿“The Lovecats”?–. El romanticismo fatalista de Poe persiste decorado con un atrezo más creíble y realista que nunca, y la estética de la desesperanza en la que habitualmente se desenvuelve Smith aún propone aventuras misteriosas, como la de “Bagatelle” (1975), la escultura mitológica del esloveno Janez Pirnat usada en la portada y en el vídeo de “Alone”, adentrándose ingrávida en el espacio sideral, aunque parte de la fuerza del disco puede deberse a algo más prosaico: proceder de las maquetas originales de Smith sin que su banda haya intervenido en la composición. El próximo álbum saldrá antes de la gira de 2025 y el actual hay que entenderlo como parte de algo más grande que supondrá el colofón a una exitosa carrera. Pero carpe diem y disfrutemos mejor del presente en todo su elegíaco esplendor. ∎

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