No han pasado ni dos años desde que Lou Smith –artista de vídeo habitual en conciertos underground en las salas de South London– colgara varios de sus primeros directos y empezara a hacer crecer la bola. Los adelantos en forma de single del año pasado y sus actuaciones en festivales como Glastonbury y
BBK Live pusieron la caldera de las expectativas al rojo vivo. Contrato con Island, anuncio del estreno en largo y el enconado debate en redes de si son una creación de la industria o el nuevo gran grupo del pop británico.
De primeras, todo el mundo habla de su gusto por la grandilocuencia; se han apuntado nombres como David Bowie, Queen, Kate Bush, ABBA o Sparks entre sus influencias. Otra de las artistas citadas en las comparaciones, y que se ha declarado fan suya, es Florence Welch. Pero así como su banda, Florence + The Machine, envuelve en formato pop la épica rock
bigger tan life de artistas americanos como Meat Loaf o Bruce Springsteen, solo hace falta escuchar los primeros temas de
“Prelude To Ecstasy” para atisbar que el ancla de
The Last Dinner Party es el pop británico de cariz romántico de las últimas décadas, en especial de los noventa. La
grandeur es ornamento. Así, no debería despistar el preludio instrumental orquestal titular que parece anunciar un lujoso péplum hollywoodiense. Tras la apertura del telón,
“Burn Alive” y
“On Your Side” evocan el drama aterciopelado de Suede, el estribillo de
“The Feminine Urge” es puro Pulp, las maneras de Morrissey sobrevuelan muchos fragmentos del disco, incluso el lírico. Metáforas con el nivel hiperbólico al once como
“me arrancaría una costilla para hacer otro tú” o
“quémame viva, así me mantendré en tus llamas” en la citada “Burn Alive” –que no está dedicada a un amante sino al recién fallecido padre de la cantante Abigail Morris– con referencias a Nerón en
“Caesar On A TV Screen” sobre el potencial despotismo masculino. Así, alternan drama, matices cultos y un pellizco irónico aquí y allá, con el lenguaje directo –el famoso
“I will fuck you” de
“Nothing Matters”– abordando diferentes temáticas como las citadas o las tensiones madre-hija –“The Feminine Urge”–, los privilegios del varón –
“Beautiful Boy”– o el deseo por otra mujer a través de la admiración por una heroína como Juana de Arco en
“My Lady Of Mercy”.
Les cabe hasta una breve balada en albanés –
“Gjuha”–, obra de la teclista Aurora Nishevci, por otra parte principal compositora musical, de formación en conservatorio como la guitarrista Emily Roberts. Esa educación se nota en lo bien estructuradas que están las canciones –el tópico de
“son imagen, no saben tocar” no funciona aquí– y en esos pequeños desbarres clasicistas. Estos últimos, dependiendo de los gustos personales, pueden resultar de digestión algo pesada, como los finales de “My Lady Of Mercy” o
“Portrait Of A Dead Girl”. En otras canciones como en el primer single “Nothing Matters” esos detalles juegan a favor de obra, bien integrados en la canción.
El sonido de todo el álbum impresiona; se nota el lustre que aporta el productor estrella James Ford, especialista en arreglos suntuosos, como ha demostrado en los últimos trabajos de Arctic Monkeys, Blur o el primero de The Last Shadow Puppets. Aunque pese a su gran ambición musical y lírica quizá no alcancen cotas de emoción desbordada, es posible que sea algo fuera de discusión tratándose, sobre todo, de una buena colección de canciones de pop bien hechas, presentadas en buenos directos, con el envoltorio de pretéritos fenómenos del pop como los códigos de vestimenta para grupo y fans. Dicen algunos cinéfilos que, aparte de cineastas arriesgados y rupturistas, se necesita buen cine comercial para llevar gente a las salas sin menoscabo de la calidad. Y la música pop no debería ser distinta en eso. ∎