Podría haber sido una oda a la desmesura. Una aparatosa hidra de 18 cabezas. Un tostón seudoprogresivo. Pero lo nuevo de The Mars Volta depara más cohesión e incluso coherencia (que no siempre van unidas) de lo que cabría esperar de un álbum doble marcado por el mejunje estilístico. En realidad, no lo es tanto (lo de doble, vaya): cuatro de sus cortes son breves interludios de menos de dos minutos y la escaleta no excede los razonables cincuenta minutos. Doce de ellos, dos terceras partes, están –por cierto– titulados en castellano, aunque ninguno lo luzca como lengua vehicular.
Sí, han cogido carrerilla desde su vuelta hace tres años, después de una década de mutismo, pero sin pasarse de rosca. El noveno álbum de la alianza entre Cedric Bixler-Zavala y Omar Rodríguez-López, cuyo contenido guardaron celosamente bajo llave durante las semanas previas a su publicación, está concebido para escuchar del tirón. Y no desentona en su combinación de elementos electrónicos, progresivos, jazzísticos y puramente latinos. Emite señales de solidez, aunque cada oyente –ya sea fan o seguidor ocasional– tendrá sus momentos favoritos bien diferenciados. Y seguramente difieran. Algo que también es síntoma de ambivalencia.
Particularmente, a mí se me hace bola que el synth-prog-pop de “Enlazan las tinieblas” me recuerde tanto a los indigestos Muse, aunque en su último tramo el saxo libérrimo de Leo Genovese y las percusiones latinas disipen esa sensación. En el extremo contrario, el tinte cercano al jazz de “Celaje” y la calidez casi easy listening de “Voice In My Knives” (no me digáis que la cadencia de su inicio no recuerda muchísimo a “The Look Of Love” de Burt Bacharach) me resultan de lo más convincentes.
Entremedias, hay una estimulante transición entre el post-punk sombrío e insinuante de “Cue The Sun” y una “Alba del orate” que incurre en zigzagueante estructura free, un poco de soul de baja intensidad en “Vociferó” o “Morgana” y un leve traqueteo tomwaitsiano en “Maullidos”, que ahonda en una recta final claramente relajada y relajante, como un perfeccionamiento de su particular fórmula downtempo, que por algo es este el primer álbum que publican bordeando o ya superando (en el caso de Cedric) los cincuenta.
Los cortes más breves, que pasan en un soplo, entre el enrevesado pop electrónico de “Reina tormenta”, el brote sci-fi de “Mito de los trece cielos” y la electrónica anárquica de “Detrás de la puerta dorada”, sirven tanto de momentos de oxigenación como de argamasa para unir las piezas de un disco poliédrico, no siempre certero pero sí innegablemente inquieto, a más de dos décadas vista de su referencial debut, “De-Loused In The Comatorium” (2003). No es poco. ∎