La primera incursión de
Thom Yorke en el universo de las bandas sonoras cinematográficas tenía mucho de reto. La música que Goblin –el exitoso grupo italiano de rock progresivo– escribió e interpretó hace cuarenta años para la emblemática cinta de Dario Argento tenía carisma y encajaba a la perfección en el saturado universo visual del realizador transalpino. Yorke, muy fan de Goblin, se resistía a aceptar la oferta de trabajo que Luca Guadagnino, director del presente
remake, había puesto en su escritorio. Finalmente aceptó, optando por la tabula rasa, tomando buena nota del nuevo guion y asumiendo que esta era otra película.
Partiendo de referencias electrónicas contemporáneas, del rock alemán de los setenta y de los maestros de la música concreta, el británico articula una obra con carácter. De forma casi imperceptible, lluvia fina,
“Suspiria” nos introduce en una atmósfera de amenaza permanente que, además, se beneficia del lirismo que siempre asoma en el trabajo del líder de Radiohead. También escuchamos su voz en cortes como
“Has Ended” (sobre una plantilla trip hop), la magnética
“Suspirium”, “Open Again” o
“Unmade”, orbitando en torno a su grupo de siempre. Y hay espacio para la experimentación sin red –los catorce minutos de
“A Choir Of One”– y la búsqueda sónica sin prejuicios en
“Volk” o
“The Epilogue”. ∎