“Amatssou” es el noveno disco de los malienses Tinariwen. El primero salió en 1992 en casete y desde entonces su desert blues ha fluido hipnotizante, como el agua caliente cuando baja por la espalda. Hablando del agua, no hay que olvidar que esta cede sin nunca rendirse. Porque como ya decía el filósofo chino Lao-Tse, la vida recta se parece al agua, pues hace bien a todo porque a todo se adapta. De la misma manera que también a todo se adapta la arena del desierto. De esa arena vienen Tinariwen, que con rectitud y oficio la han imitado en la grabación de este álbum para hacerse bien; es decir, han tenido que adaptarse al escaso margen que les han dejado las circunstancias. A saber, y resumiendo: “Amatssou” iba a engendrarse en la estadounidense Nashville, en un estudio que tiene allí Jack White (uno de los muchos fans célebres del grupo). Pero llegó la pandemia y tocó cambiar de planes. Lo que decíamos del margen y sus circunstancias: que, de golpe, a su futuro lo convirtieron en pasado.
Así que el plan B fue crear “Amatssou” donde en el noviembre de hace trece años grabaron “Tassili” (2011), con el que ganaron el Grammy al Mejor Disco de World Music: en un estudio ubicado en el parque nacional de Tassili N’Ajjer, en el desierto del Sáhara, al sur de Argelia, el país donde se formaron en 1979 como colectivo musical de exiliados. Es decir, que volviendo a su viejo mundo improvisaron el venidero, con la ayuda de Imarhan, que les cedieron su equipo. A pesar de todo, del plan inicial pudieron mantener algunos puntos, sorteando las distancias kilométricas: desde Nashville colaboraron Fats Kaplin con pedal steel y violín y Wes Corbett con banjo, desde París les llegó la percusión de Amar Chaoui y desde Los Ángeles Daniel Lanois aportó pedal steel, piano y su gran savoir faire como productor remoto. Si el título del disco, en la lengua tamashek, la suya y principal de las tuareg, significa “más allá del miedo”, está claro que Tanariwen supieron masticarlo despacio y tragárselo.
Escuchando el (excelente) resultado final, cuesta asumir ese intento de anglosajonizar su propuesta, algo que, según leo, en un principio pretendían llevar a cabo (cuando lo de grabar en Nashville). Sí es cierto que el segundo tema, “Tenere Den”, arranca como si fuera una versión bereber de “This Land Is Your Land” y que “Ezran”, el octavo de los doce del disco, tiene un aire a lo Pentangle. Y que si las pedal steel aquí y allá… Cierto. Pero es una verdad mezclada con mentiras, porque al final es el paisaje, la geografía del Sáhara, su blues devastado(r) sobre mártires, batallas y esperanzas, el sol que evocan como si fuera una herida de cuchillo escurriéndose por las sombras, la sangre seca de sus historias, que hacen flotar y no convierten en carga, todo eso, con esas guitarras y llamadas-respuestas llegando de todas partes, lo que manda. ∎