Cuando los grandes del blues-punk The Drones entraron en paréntesis en 2016, Gareth Liddiard y la bajista Fiona Kitschin se decidieron a montar un grupo lo más distinto posible, uno con el que poder divertirse realmente. Acompañados por la batería Lauren Hammel (High Tension) y Erica Dunn (Harmony), que había cantado con The Drones en discos y conciertos, crearon los indefinibles Tropical Fuck Storm, un caos controlado mezcla de art rock, psicodelia, punk, funk, ruido, electrónica… Y, si hacemos caso a Liddiard, la clásica del siglo XX, de la que según me dijo “puedes sacar ideas hasta la eternidad”.
En su cuarto álbum, primero para Fire Records, TFS todavía se divierten, aunque su plataforma temática sea el colapso de la sociedad. “Fairyland Codex” se sirve de historias con punto fantasioso (o, como es habitual en su obra, personajes curiosos, caso de la casera de Joe Meek, en “Joe Meek Will Inherit The Earth”) para hablar sobre un mundo en plena descomposición moral y climática, definitivamente asfixiado por el materialismo, inquietantemente trastocado por investigaciones militares secretas. Un mundo cada vez más extraño, como remarca esa imagen de portada con algo de “Donde viven los monstruos” (Spike Jonze, 2009) releída por la IA.
El nuevo trip arranca con “Irukandji Syndrome”, cuyo título hace referencia a una reacción grave causada, sobre todo, por las medusas de caja, habituales de las aguas costeras australianas. Lo que parece una denuncia de las indignidades de la vida pesquera acaba siendo, al final, un poco monster movie; en todo momento, la sección rítmica funciona a pleno rendimiento. Es un gran arranque al que sigue, sin bajar la energía, “Goon Show”, oscuro corte de ritmo marcial con esas claras influencias de Nick Cave ya presentes en The Drones; Liddiard vuelve a sonar a su paisano (y, para ser precisos, su modo predicador desatado) en una canción titular de nueve minutos que se hacen cortos y que dan buen nombre al adjetivo “progresivo”.
Jugando con los contrastes, a la tensa “Goon Show” le sigue la delicada y folk “Stepping On A Rake” (“cuando nos conocimos por primera vez, te amé enseguida”), capaz de instalar en el oyente una placidez enseguida sacudida por “Teeth Marché”, corte raro pero bailable sobre los peligros del materialismo. También “Dunning Kruger’s Loser Cruise” tiene groove, el groove tambaleante de Tom Waits, al menos en principio: de nuevo mirando hacia el prog, el grupo ofrece aquí muchas canciones en una.
Cerca del final, en lugar de relleno, como en la mayoría de discos del mundo, llega el quizá mayor acierto del lote: “Bye Bye Snake Eyes”, su demostración de que también saben jugar en el terreno de country alternativo ensoñador de unos Cowboy Junkies o unos Tarnation. Habría sido un bonito corte para cerrar, pero ellos prefieren, claro, hacerlo con el caos y ruido de la turbadora “Moscovium” y que una de las últimas palabras que se oigan en el álbum, a voz en grito, sea “¡asesinos!”. ∎