Tulsa

Las aguas de “La calma chicha” (2015) reflejaron el cambio de rumbo que Miren Iza decidió fijar para sus canciones cuando todavía vivía en Nueva York. La cantante y compositora guipuzcoana se alejó del rock de trazo clásico con que había entintado sus primeros trabajos y empezó a colorear las partituras con pigmentos acrílicos de formulación pop. “Centauros” (2017) dilató un proceso de alivio formal que “Ese éxtasis” continúa y perfecciona, aunque el sustrato anímico de la música de Tulsa permanece. Está en el habilidoso giro de guion que remata la preciosa “Autorretrato”, va aflorando en los versos escépticos de la desoladora “Destrucción mutua asegurada” y nos hace removernos a un palmo del suelo en el jergón de “Yo no nací así”.

La capacidad de Iza para meterse en pieles ajenas es de admirar, porque la galería de personajes que deambula por estas canciones resulta fascinante. Algunos plantean enmiendas a la totalidad de ciertas narrativas fundacionales de nuestra cultura –“Yo no soy Penélope”– y otros se revuelven ante el estado de las cosas mientras escuchan un mal agüero que al final no hace distinciones, como en “La boda”. Se cuestionan las estrategias de dominación que el mercado articula para perpetuarse –“Dinero caído del cielo”– y se abren interrogantes sobre la naturaleza de liderazgos que no son lo que parecen, como en “Tres venenos”. Esta conecta por vía oriental con “Gran fuerza domadora”, una canción capaz de hacernos sentir ese poder ilimitado que borbotea en las pasiones de estreno.

Impresiona, además, la amplitud de recursos con que se acentúan los significados de estas composiciones. Un fraseo cada vez más elástico, puentes inesperados que desembocan en sustanciosas armonías vocales, diseños de producción que son exacto correlato sonoro de la narración y arreglos que basculan entre lo sutil y lo palmario para atender como es debido al espíritu que emana del pentagrama. Elijan el motivo que más les convenga para escucharlo –hay para elegir–, pero no dejen de hacerlo. ∎