Álbum

Yard Act

Where’s My Utopia?Island-Universal-Music As Usual, 2024

Fiesta y compromiso. Post-punk y sampledelia. Reflexión con emoción. Retrofunk para el resplandor del fin del mundo. Góspel-soul bien sentido. Yard Act lo tienen todo y lo dan todo. Andaban preocupados los de Leeds porque, ante la dificultad que todo grupo experimenta al enfrentarse a su segundo álbum y la necesidad de subir un escalón, temían lanzarse a grabar algo demasiado complejo como para poder reproducirlo en directo. Pero, afortunadamente, se desembarazaron de esa presión. Apostaron por la ambición, con la ayuda en la producción de Remi Kabaka Jr., de Gorillaz. Y colman con creces todas las esperanzas que pusimos en ellos desde el principio, un fastuoso álbum exultante non-stop. Un carrusel de colores llamativos, voces rotundas pero también emocionadas, destellos sonoros, euforia concienciada. Bailar para exudar las preocupaciones con megáfono.

Las ocho primeras canciones de “Where’s My Utopia?”, sin un segundo de silencio entre ellas, constituyen un collage enérgico y preciso, un diálogo entre la banda de rock y el sampleado más fino, en el que cada fragmento tiene la duración adecuada y enlaza por choque y por empatía a la vez con el siguiente. Una panorámica sonora en la que se disparan por todas partes pequeñas ráfagas de ingenio y pasión, ya sea a través de la narrativa con tanto punch como alcance de un James Smith titánico, que firma también los sampleados, que logra modular cada palabra para que el canto más puro y el rapeo más recio fluyan al unísono. O a través de los bajos de Ryan Needham –propulsores como no se habían escuchado desde los tiempos del mejor Jean-Jacques Burnel (The Stranglers)– y la continua filigrana de sonidos, frases, detalles de sampleados o instrumentos reales que van bordando las canciones. Contundencia y refinamiento, vociferio exquisito; he ahí el equilibrio constante de Yard Act. Un locurón perfectamente controlado, de inventiva constante.

Ya en “An Illusion” un toque raggamuffin da la salida al caleidoscopio que cambia en cada párrafo, con un repentino lirismo para el estribillo de hábil juego fonético (Before I came here, I used to have an aim / All it takes is a little recalibration to remind me / I used to have a name / All it takes), el inesperado revestimiento funk de un piano eléctrico, los coros generosos, fragmentos de orquestas captados en las ondas… Todo eso advirtiendo en otra frase que “divertirte no significa que no tengas corazón”. Cambia el track sin interrupción y ya estamos bailando con la infalible cadencia característica de Yard Act y ese We Make Hits arrebatador, con su línea de bajo y su bucle de guitarra en infalible comunión. Y con cita a The Fall incluida.

La inspiración vuelve de pronto las miras a los mejores tiempos de Public Enemy o De La Soul para poner la alfombra sampleada al pilón de bajo y batería de “Down By The Stream” mientras el cantante se abre paso imparable con su proclama, hasta que todo se para con un inesperado spoken word. Un momento de reposo aparente, con el estilo de voces de los Madness más graves, para abrir “The Undertow”: “Are we born for nothing if we die alone? / Only God can answer, so where’s my telephone?”, inquieren, para acabar coreando en el estribillo “¿de qué sirve la culpa si no haces nada con ella?” y dejar paso a una base de electrónica secuenciada.

Con la alegría más despreocupada y la mayor habilidad en la pista de baile se puede hacer ironía laboral: es “Dream Job”, con sus coros superpuestos en distintas capas que pueden hacer pensar, de nuevo, en unos Talking Heads. Y el dance-pop de “When The Laugh Stops” tiene la alegría coral de unos The B-52’s, con la colaboración no de Kate Pierson, sino de Kate J. Pearson. Sí, por un lado o por otro las referencias que van surgiendo son inefablemente ochenteras, y sin embargo Yard Act suenan en todo momento absolutamente actuales y pertinentes, cronistas de sensaciones que pertenecen a la urgencia cotidiana de hoy, incluido ese estado de la cuestión de la utopía, ese miedo a un apocalipsis revestido de política habitual y manipulación social, ese estupor y confusión. Lo suyo es aprovechar lo que otros desprecian: aprender del pasado para tener una actitud consecuente en el presente, y tratar de interpretarlo.

“Blackpool Illuminations”, la canción más larga, es un recitado con acento Aidan Moffat, bajo retumbante y aromas exóticos, que proporciona un descanso reflexivo en el festín que es toda la primera parte. Y el colofón abraza el R&B contemporáneo con “A Vineyard For The North” en comunión góspel-funk, al grito de “Madre naturaleza, dame agua, es el momento de hacer que el dolor desaparezca”. ∎

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