Hoy se cumplen 200 años del estreno de la “Novena Sinfonía” de Ludwig van Beethoven. El “Himno a la alegría” pertenece al cuarto movimiento de la obra. Junto con “Noche de paz” (Franz Xaver Gruber, 1818) y “Seven Nation Army” (The White Stripes, 2003), es una de las composiciones más manoseadas de la historia de Occidente: casi todos los niños han interpretado la pieza con su flauta dulce de plástico. Sin embargo, es también la obra más famosa del compositor más reconocido, y en esta grandilocuencia se entiende como una de las cimas artísticas de la civilización industrial.
La “Novena Sinfonía” (y también la última) fue un encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres. Se estrenó en Viena el 7 de mayo de 1824, cuatro años después de que Beethoven cumpliera los 50, ya con una sordera bastante avanzada: en 1825 empezaría a componer su rupturista y duramente criticada “Gran fuga”, interpretada tanto como cabeza del vanguardismo como peak de su aislamiento. Durante el estreno de la “Novena”, Beethoven dirigió la sinfonía junto a Michael Umlauf, quien ya había dado instrucciones, tanto a la orquesta como al coro, de que ignorasen al compositor. Son muchas las habladurías (como con cualquier pieza canónica) que rodean el día del estreno: que si fue un fracaso interpretativo, que si era constantemente interrumpida por la ovación del público… En cualquier caso, el alemán se encontraba en el descenso a su locura.
El “Himno a la alegría” parte de la obsesión del compositor por musicalizar el poema de Friedrich Schiller titulado “Oda a la alegría”. En una época donde su enfermedad comenzaba a apoderarse, también, de su aparato creativo, Beethoven se aferró a ese canto a la esperanza y la humanidad. La oda de Schiller se publicó por primera vez en 1786, en un europeo caldo de cultivo que explotó con la Revolución Francesa de 1789, un reseteo cultural en la historia sociopolítica del continente. “Cábala y amor” (1784) o “Don Carlos” (1787) son otras obras del poeta que simpatizan con el pensamiento revolucionario de la época y, aunque más tarde Schiller se alejaría de la política, la obra musicalizada por Beethoven sí puede entenderse como un canto a la libertad, la igualdad y la fraternidad. Con ese contexto que puede situar el cuarto movimiento como un adalid del Nuevo Mundo, en 1972 el Consejo de Europa tomó el “Himno a la alegría”, como su himno, y en 1985, adaptado por Herbert von Karajan, como el de la Unión Europea. ∎