Depresión Sonora

“No necesitaba terapia, necesitaba esto”, dice uno de los comentarios que figuran en YouTube bajo el videoclip de “Me va la vida en esto”: es la nueva canción de Depresión Sonora, publicada el pasado viernes, que acumula ya más de 40.000 visualizaciones desde entonces. Hay algo en su música que fideliza a su fandom, desde luego. Con vigor. Salta a la vista. Y al oído. Podría decirse que es más de lo mismo, pero ligeramente distinto. Un poco mejor, vaya. La factoría de hits potenciales de Marcos Crespo sigue funcionando a pleno rendimiento, pero se advierte aquí un grado de madurez que no era perceptible hace unos pocos años. Es también una vuelta, en cierto modo, a su esencia. Si es que alguna vez llegó a abandonarla del todo.

Leo en la nota promocional que hay algo de aparente frialdad soviética en sus formas. A mí el bajo y, sobre todo, el punteo de guitarra me recuerdan muchísimo a New Order. Qué memorable playlist podría hacerse a base de canciones neworderianas que nunca firmaron New Order, por cierto. Pero esa es otra historia. En “Me va la vida en esto” hay reafirmación y vuelta a la infancia como eficaz antídoto contra la desorientación. Comenta Markusiano que encontró por casualidad unas cintas de casete con grabaciones de su voz cuando tenía 5 años. Lo reproduce en el videoclip. Ahora tiene 28. De ahí la casa en lo alto del árbol. La necesidad de refugiarse. El deseo de encontrar confort en lo básico. Y también la capacidad de evaluar (y valorar) el trayecto. Es una canción teñida de una cierta nostalgia, o melancolía, que no resulta inane ni inmovilizadora. Como casi todo en su discografía: sabes que remite a otra época pero al mismo tiempo la reconoces como contemporánea.

La producción corre a cargo del propio músico vallecano y de Harto Rodríguez, la mezcla lleva la firma de Chris Coady y el máster es de Greg Obis. Y es –tras “La balada de los perros”, de tacto más synthpop– el segundo adelanto de “Los perros no entienden internet”, el que será su segundo álbum, a publicar este otoño. Su combinación de desencanto generacional y tibia esperanza sigue funcionando. Su fórmula parece lejos de agotarse. ∎