A Nina Nastasia le costó más de una década limpiar sus heridas emocionales. Ese intervalo de silencio en la esfera pública y de escozor en el ámbito privado abarca desde la separación de su pareja y compañero de creación Kennan Gudjonsson –decisión que adquirió tintes trágicos con el posterior suicidio de él– hasta la publicación de “Riderless Horse” (2022), un álbum curativo publicado el año pasado con la ayuda de su hombre de confianza en el terreno sonoro: Steve Albini. Un trabajo catártico, sin edulcorantes, directo al hueso, que le ha servido para tomar aire tras el tormento vivido por una relación tóxica, el trágico desenlace de esta y los demonios mentales que la estrangularon durante demasiado tiempo. La artista estadounidense tocó anoche en la Antiga Fàbrica Damm de Barcelona para presentar ese último álbum que la ha regenerado en lo artístico y en lo personal. El encuentro se produjo en el marco del ciclo de veladas musicales organizadas por “DeliCatessen”, el programa de radio de iCat. No se nos ocurre un nombre más adecuado para describir lo vivido ayer.
La cantautora de Los Ángeles demostró desde el principio que con el mínimo andamiaje se puede obtener el máximo rendimiento emocional. Plantada sobre el escenario en solitario, con la única compañía de una guitarra acústica, su voz se apoderó del espacio desde que empezó a correr el cronómetro. Misma inmediatez con la que se ganó la simpatía de los presentes, mediante intermedios aderezados con sarcasmo y humor agudo que le sirvieron para escudar su timidez y su ligera falta de agarre escénico tras doce años de alejamiento, por no mencionar toda esa gestión mental que debe comportar la rozadura con las llagas internas antes comentadas.
Pero lo lleva a su terreno con astucia, subrayando la imagen de música dañada por el infortunio. Esa luz oscura agarrada a sus entrañas que expulsa en una música sobrecogedora, expuesta bajo unos modales musicales exquisitos, siempre bajo la guía de ese reverso apesadumbrado y afligido, pena y remordimiento, que atraviesa su más reciente cancionero, que desplegó en todo su desgarro y belleza. Y la manera más gráfica de expresarlo ante su público fue recurriendo a una botella de licor que guardaba en sus inmediaciones.
Si su voz es un indicador incuestionable de talento –lo demostró con creces incluso en un tema cantado a capela en uno de los muchos techos emotivos de la noche–, no se queda atrás en su dominio de la guitarra. La artífice de “Dogs” (2000) convirtió a su aliada en vehículo de máxima expresión, acariciándola por cada recodo para extraer sonidos poco ortodoxos. Lo puso de manifiesto con una guitarra exclamativa y absorbente, reproduciendo hasta una suerte de glitchs analógicos en “What’s Out There”, una de las pocas concesiones a su anterior disco, “Outlaster” (2010).
Aludió a su rehabilitación con “Go Away”, tema de su último trabajo que podría encajar perfectamente en la geografía musical de la serie “The Last Of Us” –como “This Is Love”, que bordó en los primeros compases del concierto– y con el que cerró en falso el recital. Regresaría para dos nuevos deleites. Y tras un exquisito show de poco más de una hora, abandonó el escenario dejando un reguero de satisfacción a cuestas y a todos –o casi: se produjeron algunas deserciones, coincidía con el clásico de Copa del Rey– con el deseo de vivir una temporada en ese bar, ese motel, ese piso o donde sea que ella ahogue sus penas y exorcize sus demonios mediante su transformadora música. Porque, pese a todo, quizá “and maybe, just maybe, the dark will subside, and the rise will feel fine”.
Previo al recital de Nastasia, los barceloneses The Death Of Robert amenizaron la espera con un indie rock más inclinado al factor atmosférico que al rítmico. Desplegaron temas recogidos en su álbum debut, “Casablanca” (2020), con la ayuda puntual de dos violinistas, y adelantaron algún que otro corte de un segundo álbum, listo para su entrada a imprenta. ∎